Resumen histórico

En 1735 varios literatos, eruditos y críticos, residentes en Madrid, convinieron en reunirse en el domicilio de Julián Hermosilla, abogado de los Reales Consejos, para platicar sobre asuntos de historia y aun discutir algunos puntos oscuros del pasado de nuestra patria. Esta Junta tomó el enfático nombre de Academia Universal, pues fijó como objetivo propio las ciencias, las artes y las buenas letras.

El celador —que era un cargo similar al actual de censor— propuso poco tiempo más tarde la elección como sede de un lugar público para las reuniones, pues a su juicio «la fortuna de Hermosilla, debida a sus méritos, puede dejarnos sin asilo». Apuntó además el temor de que las juntas privadas pudiesen crear sospechas de particular reunión semiclandestina. Sugirió entonces el conde de Torrepalma, uno de los miembros más conspicuos, que se eligiese como sede provisional la Biblioteca Real, creación del monarca reinante Felipe V. Con el beneplácito del confesor del rey, el jesuita Guillermo Clark, de quien dependía, y la aprobación del bibliotecario mayor Blas Antonio de Nasarre, pudieron los junteros celebrar allí, en la Calle del Tesoro, la primera academia el 14 de mayo de 1736.

En 1738 llegó la hora de la consolidación definitiva. Por intervención del secretario de Estado Sebastián de la Quadra, Felipe V elevó, a la que seguía siendo Junta, a la categoría de Real Academia de la Historia por Real Orden de 18 de abril de 1738, concediendo de paso a sus miembros y a los que les sucediesen el honor de ser gentiles hombres de la Real Casa.

La orden citada sirvió para aprobar los primeros estatutos por los que habría de regirse la nueva corporación, elaborados por la Junta fundacional. De acuerdo con esta norma, los académicos de número serían 24, a los que se sumarían igual canti-dad de supernumerarios, para suplir, por antigüedad, a los numerarios ausentes por razón de servicios al Estado. También que-dó autorizada la nueva corporación para designar académicos honorarios, en cantidad indeterminada, con objeto de honrar a sujetos beneméritos, dignos de tal distinción.

Según consta en el libro primero de Actas, de la Academia (fol. 6 vuelto), en la junta «de 23 de junio de 1738, se tuvo la noticia de que con fecha de 17 del mismo mes, y año en el sitio del Buen Retiro se había despachado la Real Cédula de Erección, y Protección de S.M. como consta de la original que se guarda en la Secretaría insertos en ella los Estatutos que S.M. aprueba. Y acordándose en esta Junta que así el Empleo de Director como los demás empezasen a contar el año de su Duración desde este día, por ser el que sería considerado por primero de la Academia».

En 1744 se refundieron en la Academia los oficios de cronista, tanto generales como particulares, de nombramiento real. El más codiciado de estos puestos era el de cronista de Indias, ejercido entonces con carácter vitalicio por Miguel Herrero Ezpeleta, y que habían desempeñado con anterioridad una larga serie de prestigiosos historiadores y eruditos.

Como la Academia de la Historia había sido designada en 1744 cronista de Indias «de futura», reclamó inmediatamente el cargo, que le fue conferido sin ningún reparo, hasta el punto de prestar juramento en su nombre el secretario Sebastián del Castillo. Cuál no sería la sorpresa de la Corporación cuando el rey Fernando VI designó, en 1751, cronista mayor de Indias al benedictino Martín Sarmiento.

La Academia hizo valer sus derechos con todo respeto; pero el monarca no se inmutó. Canceló el privilegio otorgado y expidió órdenes para que el fraile tomase posesión del cargo.

La pugna quedó al fin resuelta al ser designado Sarmiento abad del monasterio de Ripoll, lo que le obligó a renunciar al cargo de cronista. La Academia volvió a reivindicar el título, que le fue confirmado por Real Decreto de 18 de octubre de 1755.

El 17 de diciembre de 1766 la corporación decidió introducir algunas reformas en los primitivos estatutos. La ofensiva fue emprendida de manera conjunta, en 1787, por el numerario Gaspar Melchor de Jovellanos y el supernumerario José de Vargas Ponce. Su objetivo era que «el cuerpo trabajase con visible adelantamiento, para lo que se imponía darle una nueva vida, es decir, una nueva organización, con objeto de entrar en el trabajo con vigor y seguirle con método y constancia». Después de una elaboración y discusión muy minuciosa, los nuevos estatutos fueron aprobados por la Academia en 1792. Esta segunda reglamentación se sirvió confirmarla Carlos IV por cédula de 15 de noviembre. Los patrocinadores dejaron bien claro el propósito de que la Academia se «encadenase» ella misma las manos, «para que en tiempo ninguno pueda atárselas alguna autoridad intrusa, que la pusilanimidad, la pereza o el egoísmo suelen respetar por conveniencia».

Durante el reinado de Isabel II, la Academia se vio reorganizada por Real Decreto de 25 de febrero de 1847 y Real Orden comunicada de 20 de marzo.

Mención particular merece el decreto de 1 de junio de 1847, que creó para todas las Academias entonces existentes (Española, Historia, Bellas Artes y Ciencias) una «medalla distintiva» con que condecorar a los miembros numerarios. La Real Academia de la Historia eligió como emblema, en su junta de 4 de agosto de 1848, una alegoría del genio de la historia con la leyenda: Nox fugit historiae lumen dum fulget Iberis. No estará de más señalar que al erigirse la Academia en 1738 había adoptado como emblema un río que manaba entre peñas, con la leyenda: In patriam populumque fluit.

Los estatutos por los que se rige la corporación en el momento presente han sido aprobados por R.D. 32/2009 de 23 de enero de 2009. El reglamento en vigor fue aprobado por la Academia el 29 de octubre de 2010.

La Academia de la Historia está integrada actualmente por 36 académicos numerarios.

Sus reuniones se clasifican en juntas ordinarias, extraordinarias y públicas. Las ordinarias tienen por objeto el despacho y resolución de asuntos literarios, gubernativos y económicos, mientras que las extraordinarias se celebran en casos de necesidad y urgencia, pudiéndose tratar en ellas únicamente asuntos especiales puntualizados en la convocatoria.

Las juntas públicas son convocadas para la toma de posesión de los académios electos, para conmemoraciones históricas de significación extraordinaria o con objeto de rendir homenaje a alguna relevante personalidad científica, política, etc.

La Academia de la Historia actúa en comisiones para discutir y resolver sobre problemas concretos. Las comisiones actualmente constituidas son las siguientes: Indias, Historia Eclesiástica, Antigüedades y Estudios Clásicos, Cortes y Fueros, Estudios Orientales y Medievales, Correspondientes, Actividades y Publicaciones, Heráldica y Toponimia, Legislación Histórica de España, Mixta. Mención especial hay que hacer de la Comisión de Gobierno y Hacienda, como asesora del Director en cuantos problemas éste le plantee.

Desde su fundación, la Academia se puso bajo el patronato de la «Limpia y Pura concepción de Nuestra Señora» y reza preces al iniciar y concluir las juntas ordinarias. En 1963 el obispo de Madrid concedió el uso de capilla semipública para celebrar funerales por el alma de los académicos fallecidos.

El primer refugio de la recién constituida Real Academia de la Historia fue la Biblioteca Real, en donde se reunían los académicos y se depositaban los documentos y libros. El constante crecimiento de las colecciones, principalmente los libros de la biblioteca y el monetario, y sobre todo, la aspiración, no lograda aún, de reunir sus valiosos fondos en el mismo local donde se celebrasen las juntas, pusieron a la Academia en el trance de solicitar nueva residencia.

El memorial de solicitud que la Academia de la Historia elevó a Carlos III movió el ánimo de éste a disponer que la corporación se alojase en la Real Casa de la Panadería, situada en la Plaza Mayor de Madrid. Ya en 28 de julio de 1785 se celebró en este edificio la junta preceptiva.

Al llegar el año 1830, la biblioteca, colecciones y monetario habían aumentado considerablemente, lo que trajo consigo la necesidad de un edificio más espacioso. La Academia, sin recursos propios, impetró de nuevo la munificencia regia, en respuesta de la cual Fernando VII visitó las dependencias de la Academia en 1832, enterándose por sí mismo de la falta de espacio.

Al promulgarse en 1835 por el gobierno Mendizábal los famosos decretos de 19 de febrero y 5 y 8 de marzo declarando suprimidos los monasterios y conventos de religiosos, con incautación de todos sus bienes, fueron ofrecidas a la Academia tres posibilidades: el convento de los trinitarios descalzos en la calle de Atocha, el de San Felipe Neri en la calle de Bordadores, y el Nuevo Rezado, en la calle del León, depósito de libros de rezo propiedad de los monjes de El Escorial y edificio de sólida y reciente construcción.

Medió en el asunto el ministro del Interior, Martín de los Heros, quien en carta enviada al director, Martín Fernández de Navarrete, le hacía presente la buena nueva de la adjudicación de este último inmueble. La misiva venía acompañada de la Real Orden de 23 de julio de 1837 por la que se mandaba «entregar a la Academia de la Historia el edificio conocido con el nombre del Nuevo Rezado, en la calle del León, en esta corte…».

La primera junta en el Nuevo Rezado se verificó, después de diversos trabajos de adaptación, el 22 de junio de 1874.

El período que se extiende desde 1874 hasta hoy, de plena posesión del Nuevo Rezado es el más brillante en la crónica académica, en el que la corporación ha podido desplegar una actividad provechosa e intensa. Hoy la Real Academia de la Historia disfruta de la total y absoluta posesión del edificio del Nuevo Rezado, al que la adquisición por el Estado del llamado Palacio de Molíns y su adscripción a la Real Academia de la Historia ha permitido a ésta una notoria expansión.

La comunicación entre el Nuevo Rezado y el Palacio de Molíns constituyó un últi-mo e importante logro. Para completar la manzana, delimitada por las calles del León, Huertas, Amor de Dios y Santa María, se produjo la expropiación de la casa intermedia entre los dos edificios, citados antes, y en su demolición fue edificado un depósito de libros de alta seguridad, compuesto por diez plantas.