Japón – España

400 AÑOS DE RELACIONES. RELIGIÓN Y POLÍTICA

Imagen: (CC-BY) Detalle de «Gekka no sekko Sello de la Patrulla de la Luz de la Luna» de Yoshitoshi Tsukioka (1839-1892). Bibloteca Nacional de Rumanía vía Europeana

Coincidiendo con la conmemoración en el año 2022 del 400 aniversario del fallecimiento de Hasekura Tsunenaga –líder de la embajada Keicho (1613-1620) que visitó Sevilla, Madrid y Roma– y del conocido como “Gran martirio de Nagasaki” (ocurrido el 10 de septiembre de 1622) en el que fueron asesinadas 55 personas, entre ellas 22 religiosos cristianos, la Real Academia de la Historia se acerca a las relaciones entre España y Japón durante la Edad Moderna.

Este espacio temático se encuentra estructurado en varios apartados. Primero se afronta la situación previa en Japón, tanto política como religiosa, pasando después al tema de las embajadas, con su recorrido en forma de mapa, la presencia de los personajes en el DB~E y la publicación de una obra sobre el tema digitalizada por la biblioteca de la Academia. Por último, se cierra con el estudio de los martirios y la presencia de los personajes vinculados a este hecho en el Diccionario.

Todos estos acontecimientos ponen de relieve la trascendencia de aspectos como la religión, el comercio, la economía o la política en el desarrollo de los vínculos entre dos potencias, como la Monarquía Hispánica y el Japón imperial, que, a pesar de su lejanía geográfica, tuvieron en aquellos años etapas de gran cercanía con diferentes procesos.

Situación previa en Japón

Resumen

El territorio de Japón se encontraba desde finales del siglo XV en lo que se conoce como periodo Sengoku –que se podría traducir como “país en guerra”–, una etapa en la que no existía un poder central fuerte y los diferentes señores territoriales –conocidos como daimios (que se puede traducir como ‘gran nombre’)– luchaban entre ellos, se aliaban unos con otros y, en definitiva, intentaban controlar la totalidad del territorio.

Desde la llegada de san Francisco Javier en 1549, los jesuitas fueron los principales religiosos cristianos en Japón. A finales del siglo XVI llegaron las primeras órdenes mendicantes, en especial franciscanos y dominicos, que, pese a todo, no suplieron a la Compañía de Jesús como la más importante en la zona.

 

Situación política

La llegada de los primeros europeos a la zona supuso un revulsivo para muchos de estos daimios, que se percataron de las posibilidades que ofrecía el contacto con el Viejo Continente. Por un lado, creían que acercarse a estos extranjeros en el ámbito religioso sería la forma más eficiente de ganarse su favor; a cambio podrían recibir entrenamiento militar, armamento y, por supuesto, iniciar tratados comerciales que fomentasen la riqueza y el desarrollo de la región.

Fueron los portugueses, concretamente en 1543, los primeros en llegar a las costas japonesas. Poco después, en 1546, China cortó las relaciones con Japón por la actividad que estaban desarrollando los wako –nombre con el que eran conocidos los piratas japoneses–, lo que permitió a los portugueses entrar de lleno en el comercio en el Extremo Oriente.

Las relaciones entre los occidentales y los gobernantes japoneses fueron más o menos buenas durante las primeras décadas; incluso, uno de los múltiples señores feudales, Omura Sumitada, decidió convertirse al cristianismo en el año 1570.

Pese al buen inicio, el shogun Toyotomi Hideyoshi, considerando la presencia de los religiosos occidentales como una intromisión perniciosa para el país decidió expedir un primer decreto ordenando su expulsión. Años más tarde, en 1597, un nuevo hecho volvió a romper la buena senda de las relaciones Japón-cristianismo: un galeón de los que realizaba la ruta entre Filipinas y México, el San Felipe, tuvo que tomar tierra en Urado (al sur de Japón), lo que aprovechó el shogun Hideyoshi para denunciar la entrada de la nave como una estratagema por parte de los españoles para comenzar una ocupación territorial del país nipón.

Temeroso, no sólo de la ocupación territorial, sino también de la expansión del cristianismo por sus tierras, el shogun se hizo con toda la mercancía que tenía el galeón y condenó a muerte a un total de veintiséis cristianos, los conocidos como 26 mártires de Japón o de Nagasaki, que fueron crucificados el 5 de febrero de 1597. Desde Filipinas, la Monarquía envió a un embajador, Luis de Navarrete Fajardo, que consiguió recuperar los cuerpos de los martirizados y mantener las actividades comerciales con los japoneses.

Al año siguiente (1598) la muerte de los dos principales gobernantes de cada uno de los territorios marcó un antes y un después en las relaciones entre la Monarquía Hispánica y el país nipón. Primero Felipe II y después Tokuwaga Hideyoshi, que fueron relevados en sus cargos por Felipe III y Tokugawa Ieyasu, respectivamente. Esta nueva etapa en ambos territorios se convirtió también en un momento de reflorecimiento de los intercambios comerciales, que tuvieron en las dos embajadas japonesas, conocidas como embajadas Keicho, su punto culminante.

Respecto al cambio dado en Japón, desde finales del siglo XVI, diversos daimios estaban intentando concluir el proceso unificador entre los distintos territorios japoneses, que cristalizó en 1603 con Tokugawa Ieyasu. Ieyasu se autonombró shogun (que se podría traducir como ‘comandante del Ejército’), estableciendo una suerte de estado feudal, en el que en torno a dos centenares de daimios se sometieron en una especie de régimen de vasallaje respecto a él.

El nuevo shogun, mucho más abierto que su predecesor, pretendía que los barcos del Galeón de Manila –la ruta marítima que conectaba Asia y América entre los puertos de Manila y Acapulco, y que tuvo una importancia fundamental, dado que permitía el tráfico de mercancías entre los confines del continente asiático y la costa mexicana gracias al descubrimiento del tornaviaje – tuvieran en los puertos japoneses un lugar que sirviera de escala, pero que también pudieran aprovechar para realizar allí intercambios y llevar a cabo ferias o mercados, siguiendo el modelo de las que se celebraban en la península Ibérica. La contrapartida para los españoles era que tenían que aceptar el establecimiento de una ruta comercial entre la región de Kanto y el puerto de Acapulco, para que los japoneses pudieran conseguir plata y mercurio.

También ayudó al cambio de tendencia el movimiento que se produjo en la gobernación de Filipinas. Francisco Tello de Guzmán, fallecido en 1603, no veía con buenos ojos los contactos comerciales con los japoneses, situación que cambió radicalmente a la llegada de Pedro de Acuña. Acuña decidió el envío de un barco –entre cuya tripulación se encontraban dos franciscanos: Luis Sotelo y Diego de Bermes– a firmar un acuerdo comercial con Ieyasu. A la vez, el propio shogun quiso ampliar las potencias europeas con las que comerciaba e inició conversaciones con, entre otros, los holandeses, que terminarían convirtiéndose en el principal actor comercial en las islas. Precisamente, con ese movimiento, Pedro de Acuña pretendía anular la concesión hecha a favor de la Compañía Holandesa.

A la muerte de Acuña (1606), el virrey de Nueva España envió como gobernador interino a Rodrigo de Vivero, que servía como gobernador de Nueva Vizcaya. A la llegada del nuevo gobernador oficial, Juan de Silva, Vivero volvió a Acapulco y en el regreso naufragó llegando a las costas japonesas. Los más de 300 náufragos fueron bien recibidos por las autoridades japonesas, e incluso Vivero fue recibido por Ieyasu y Hidetada, su hijo.

En una reunión con un funcionario japonés, Vivero puso encima de la mesa varias peticiones de la Monarquía: buen trato para los misioneros cristianos, mantenimiento de las relaciones comerciales entre Japón y la Monarquía, y la expulsión de los holandeses de los puertos nipones. Poco después, se le informó de que el shogun estaba dispuesto a aceptar las dos primeras, pero que de ningún modo iba a aceptar expulsar a la Compañía Holandesa. Vivero realizó unas capitulaciones en las que establecía sus ideas acerca del establecimiento de un intercambio comercial entre Nueva España y el país del Lejano Oriente, que no tuvieron desarrollo posterior. A su regreso de Japón, en agosto de 1610, comenzó la redacción de Relación y noticias del reino de Japón, con otros avisos y proyectos para el buen gobierno de la monarquía española.

En este contexto tendrían lugar las dos embajadas keicho.

Situación Religiosa

Desde la llegada de san Francisco Javier en 1549, los jesuitas fueron los principales religiosos cristianos en Japón. A finales del siglo XVI llegaron las primeras órdenes mendicantes, en especial franciscanos y dominicos, que, pese a todo, no suplieron a la Compañía de Jesús como la más importante en la zona.

De hecho, los jesuitas consiguieron la exclusividad de la actividad misionera en el año 1585, merced al breve Ex Pastorali Officio, emitido por el papa Gregorio XIII. Sólo en 1608, gracias a las presiones de las órdenes mendicantes, en especial de los franciscanos, Paulo V derogó esta exclusiva a través del breve Apostolicae Sedis.

La principal diferencia entre los jesuitas y el resto de órdenes estaba en la forma y el objetivo de evangelización. Los seguidores de san Ignacio de Loyola preferían atraer a las élites japonesas, al comprender que, si un señor feudal se bautizaba, todos aquellos que dependían de él le seguirían en su conversión. Siguiendo este modelo, lograron algunos grandes avances, en especial en determinadas islas, como Kyushu, al sur del archipiélago.

En el año 1584 llegaron a Kyushu procedentes de Filipinas dos franciscanos y dos agustinos, Juan Pobre y Diego Bernal, y Francisco Manrique y Pablo Rodríguez, respectivamente. El daimio de Hirado –región al oeste de la isla–, Matsura Takanobu, aceptó de buen grado a los españoles y llegó a construir una iglesia.

Paralelamente, el conflicto religioso entre católicos y protestantes, que se desarrollaba en Europa, se trasladó también al comercio en Japón. Así, el comercio desarrollado por los holandeses e ingleses allí se veía mediatizado por la fuerza religiosa de los católicos portugueses y españoles.

En ese sentido, el cristianismo se extendió por las islas en el entorno de los grandes puertos comerciales. Los jesuitas, que habían sido los primeros en llegar y, hasta el momento, el grupo más fuerte, se habían hecho dueños y señores del comercio y de la evangelización. Pero, a la llegada de agustinos, dominicos y franciscanos, que se encontraban apoyados por la Monarquía, llegó el choque. De esta forma se produjo el enfrentamiento entre jesuitas (pro-portugueses) y las órdenes mendicantes (apoyadas en Castilla).

En torno al año 1600, el cristianismo estaba en disposición de convertirse en una religión importante en Japón, ya que contaba con unos 300.000 fieles, un importante número de nobles y, al menos, catorce daimios habían sido bautizados.

Así se entiende que algunos lo enmarquen en “el siglo cristiano de la historia de Japón”, que se trataría de un periodo que abarca entre 1543 y 1640, es decir, entre la llegada de los primeros cristianos a Japón y la prohibición de esta religión, que se prolongaría durante más de dos siglos.

«Retrato de Toyotomi Hideyoshi, aclamado en el tercer año de Keicho» (1598), c. 1598. Osaka City Museum of Fine Arts via Wikimedia Commons

Las embajadas Keicho

Reconstruccion del galeón San Juan Bautista en en Ishinomaki, Japón (CC BY SocialHermit / Flickr)

Resumen

La primera de esas misiones diplomáticas comenzó en el año 1610 y estuvo liderada por el japonés Tanaka Shosuke y por un franciscano español asentado en Japón, Alonso Muñoz. La razón tras esta misión estaba en el propio shogun, Tokugawa Hidetada, quien, interesado en una comunicación directa entre sus territorios y Nueva España, envió esta legación diplomática, después de haber mantenido una serie de acuerdos –vistos más arriba– con el entonces gobernador interino de Filipinas, Rodrigo de Vivero.

Esta segunda embajada partió el 28 de octubre de 1613. Una de sus principales características es que estaba formada por un nutrido grupo de personas, el séquito al completo era de unas 150 personas, entre los que destacaban numerosos samuráis que acompañaban a la delegación.

 

Primera embajada Keicho

La primera de esas misiones diplomáticas comenzó en el año 1610 y estuvo liderada por el japonés Tanaka Shosuke y por un franciscano español asentado en Japón, Alonso Muñoz. La razón tras esta misión estaba en el propio shogun, Tokugawa Hidetada, quien, interesado en una comunicación directa entre sus territorios y Nueva España, envió esta legación diplomática, después de haber mantenido una serie de acuerdos –vistos más arriba– con el entonces gobernador interino de Filipinas, Rodrigo de Vivero.

El 1 de agosto de 1610, la misión partía de Japón a bordo del San Buenaventura, barco construido por el piloto británico William Adams, bajo patrocinio del shogun Hidetada. Meses después llegaban a la costa del virreinato, concretamente a Matanchén. Tras departir con el virrey de Nueva España, se decidió que el japonés Shosuke tenía que quedarse en México; así, Alonso Muñoz avanzó en solitario hasta llegar a Sevilla en el otoño de 1611. Poco más tarde llegó a la Corte, a la que acudió con una serie de cartas y varios regalos, tanto para el monarca como para su valido, el duque de Lerma. Entre los presentes, al parecer, se encontraban cinco armaduras, que hoy en día se encuentran desaparecidas.

Las peticiones hechas por Alonso Muñoz estaban marcadas por los dos aspectos que se querían poner de relieve: por un lado, el apoyo de la familia Tokugawa a la evangelización cristiana del Japón, abanderada por los franciscanos, y, por otro, una alianza comercial que permitiera el intercambio de mercancías entre Japón y México a través del océano Pacífico. En mayo de 1612, el Consejo de Indias aceptaba las peticiones hechas por Alonso Muñoz, pero no se concretaron las misivas que tenían que comunicar el acuerdo a los líderes japoneses.

Detrás de esta dilatación parecían vislumbrarse algunos problemas políticos: la existencia de un grupo de poder jesuita con centro en Portugal contra el grupo castellano-franciscano, miedo al adiestramiento naval de los japoneses, cierto temor a la relevancia real del tráfico entre Japón y México, así como las presiones habidas en Manila contra una ruta comercial que pretendía rivalizar con el Galeón de Manila.

Con el tiempo, Felipe III terminó por cambiar de opinión, envió al virreinato de Nueva España finalmente su carta a los shogunes en la que eliminaba la cláusula que establecía la ruta comercial Japón-México. De esta forma fracasaba la primera de las dos misiones Keicho.

Paralelamente a la celebración de esta misión diplomática, Sebastián Vizcaíno, que había llegado al país nipón en 1611 como embajador del virrey de Nueva España, se encontraba en busca de la localización de las islas Rica de Oro y Rica de Plata, además de mantener el predominio hispánico en el Pacífico ante la amenaza protestante. Vizcaíno continuaba en Japón gestionando la conocida como Misión Keicho, que en realidad era la segunda embajada Keicho.

Segunda Embajada Keicho

Como hemos venido viendo, la gran embajada Keicho o segunda embajada Keicho hay que enmarcarla en el proceso de inicio de relaciones entre las principales potencias marítimas europeas y el Extremo Oriente, que comenzó a mediados del siglo XVI.

Esta segunda embajada partió el 28 de octubre de 1613. Una de sus principales características es que estaba formada por un nutrido grupo de personas, el séquito al completo era de unas 150 personas, entre los que destacaban numerosos samuráis que acompañaban a la delegación. Entre ellas, destacó un conjunto de personas fundamentales en la embajada:

En primer lugar, el franciscano Luis Sotelo (1574-1624), cuyo principal objetivo era conseguir el apoyo de la Monarquía y del Vaticano a los franciscanos –frente a los jesuitas– en el Japón, además de consolidar el cristianismo en el país nipón. Sotelo tenía problemas y enemigos por doquier, incluso en el seno de su orden, pues sus superiores creían que su principal objetivo era conseguir la creación de una segunda diócesis al norte del país –alejada de la controlada por los jesuitas en Nagasaki, al sur– en la que él mismo fuera el obispo.

Sotelo encontró siempre la manera de formar parte de las negociaciones entre el imperio y Japón. Su constante injerencia, no sólo en cuestiones religiosas, sino también y sobre todo en lo político y lo comercial, le atrajo la censura de quienes no veían con buenos ojos su proyecto o su forma de llevarlo a cabo.

Precisamente, el carácter de Sotelo provocó ciertos recelos, incluso entre sus propios compañeros de orden, pero también entre el virrey de Nueva España y otros comerciantes o exploradores. Sotelo –según algunos autores, aunque otros creen que esto no fue así– había sido víctima de la política anticristiana de los shogunes, detenido en 1613 y condenado a muerte; sólo la intercesión de Date Masamune le libró del martirio.

Este último es el segundo personaje fundamental: el daimio de Mutsu (o Bojú), cuyo nombre era Date Masamune, que consiguió controlar un territorio amplio en la zona norte del Japón. Era conocido por haber fundado la ciudad de Sendai, por ser uno de los principales nobles cristianos de todo el territorio japonés y, en general, uno de los más destacados daimios de la región, dado que sus territorios ocupaban un cuarto de la isla de Honshu, con una gran cantidad de recursos, entre los que destacaba el oro y la plata. La labor de Masamune fue fundamental, ya que gracias a él la embajada partió con el permiso del shogun, logró la ayuda de Sebastián Vizcaíno, salvó –según parece– la vida de Luis Sotelo, puso en marcha la construcción del barco San Juan Bautista, además de poner en marcha las cartas y los regalos para el ayuntamiento de Sevilla, para la Corte de Madrid y para el Vaticano. Su principal interés estaba en lograr un acuerdo comercial con el que crear una vía marítima que conectara Japón con Nueva España y que tuviera que pasar irremediablemente por su isla.

De mano de Masamune llegó también otra de las personalidades vitales de la expedición: el embajador Hasekura Tsunenaga, un samurái, también conocido como Hasekura Rocuyemon Tsunenaga. Se trataba de un caballero noble, capitán de arcabuceros de la guardia real; considerado una persona prudente y discreta. Era, además, un veterano de las invasiones japonesas de Corea (1592-1598), y había sido condenado a muerte por un asunto de corrupción, por el que su padre había sido ejecutado y él consiguió eludir el ajusticiamiento a cambio de ser utilizado en este viaje.  La utilización de un personaje de perfil bajo tendría como objetivo pasar desapercibido.

Un cuarto hombre importante en el viaje fue Sebastián Vizcaíno, que había llegado a Japón unos años antes como legado del virrey de Nueva España, en torno al otoño de 1611.

Precisamente, en ese mismo año de 1611, Date Masamune emitió un edicto que facilitaba la extensión del cristianismo en su territorio: permitía la libre predicación, a la vez que consentía la conversión de sus ciudadanos y la erección de nuevas iglesias. De este modo, se hacía fundamental la llegada de nuevos misioneros que avivase el alma cristiana de los japoneses. Él mismo no se convirtió por temer que esto le impidiera seguir medrando en la sociedad japonesa.

Esta segunda embajada retuvo algunos de los males de la primera embajada, pero añadió otros que la hicieron fracasar prácticamente desde el inicio: la iniciativa partía de un personaje de mucha menor entidad que en el caso anterior, se trataba de un daimio, pese a contar con la aprobación del shogun, pero, sobre todo, porque salió de Japón cuando ya se habían dado algunas medidas contra los cristianos por parte de los shogunes. De hecho, en diciembre de 1613, apenas dos meses después de haber zarpado la nave de Hasekura y Sotelo, un decreto del shogun establecía el destierro de todos los misioneros cristianos.

Algunos autores creen que Date Masamune podría estar maquinando una conjura para expulsar a los Tokugawa del shogunato y hacerse con el control de todo el territorio japonés. El apoyo de los monarcas europeos, en especial en lo militar, podría haberle dado cierta superioridad respecto a otros daimios y frente a los Tokugawa. En esa misma línea, se ha puesto de relieve el matrimonio concertado entre una hija de Masamune, Iroha, y uno de los hijos de Ieyasu, Tadateru.

El daimio Masamune solicitaba religiosos franciscanos para evangelizar, además de mercancías: ofrecía la financiación necesaria para este envío y potenciales privilegios para los occidentales que se establecieran en sus territorios, como exención de impuestos o lugares donde hospedarse.

En Acapulco, a donde llegaron el 25 de enero de 1614, les recibió el por entonces virrey de Nueva España, marqués de Guadalcázar, que les dotó de todo lo necesario para llegar hasta Ciudad de México, a la que arribaron el 24 de marzo. Antes de llegar a la ciudad, fueron desarmados los samuráis, ya que se supo que durante el viaje habían protagonizado varios altercados. De nuevo recibidos por el virrey, fueron agasajados y se les dio el permiso necesario para continuar con el viaje hasta la Península. Un importante número de japoneses que formaban parte de la comitiva fueron bautizados en la iglesia de san Francisco por el arzobispo Pérez de la Serna. Sin embargo, sólo quedaron treinta japoneses para el viaje por el interior de México y el sucesivo pase a Veracruz, además de Luis Sotelo y Hasekura.

De manera paralela, llegaban a la corte virreinal algunas cartas en las que explicaban la situación real del cristianismo en Japón, alejada de la idea que plasmaban las misivas llevadas por Hasekura Tsunenaga y Luis Sotelo. Todo estaba regido por un shogun, Tokugawa Ieyasu, que prohibía el cristianismo en el país, expulsaba a los religiosos y eliminaba cualquier vestigio del catolicismo. Así se comprende la decisión de varios de aquellos japoneses de convertirse al cristianismo bautizándose en México.

Estas cartas eran enviadas, en especial, por Sebastián Vizcaíno, quien, además de avisar de que el shogun estaba desarrollando una campaña anticristiana, también apuntaba que el franciscano Luis Sotelo había engañado a las autoridades al señalar que era enviado del shogun (cuando en realidad la misión únicamente contaba con un permiso dado por el máximo dignatario japonés) y que el daimio Masamune estaba interesado en la expedición sólo por objetivos comerciales y económicos.

Con motivo de estas misivas, el Consejo de Indias determinó que era preferible evitar cualquier tratado comercial, así como no permitir el viaje a Roma de la embajada y únicamente permitir el envío de algunos misioneros. Sí que accedieron a una petición personal de Hasekura: su bautizo en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid.

También los jesuitas intentaron desprestigiar la embajada, sobre todo porque sabían de las injerencias de otras órdenes, lo que podía ir en detrimento de su poder.

Sin embargo, las medidas anticristianas dadas por el shogun ponían en evidencia la embajada en sí y limitaba su capacidad para llegar a algún tipo de compromiso, ya fuera de índole comercial, económica o política, con la Monarquía Hispánica.

Como hemos visto, a su llegada a México, la misión vio reducida su personal, la mayoría de los japoneses se quedaron en el virreinato y únicamente tres de los franciscanos y otros 30 integrantes zarpaban desde Veracruz tras realizar el conocido como “Camino de los Virreyes”.

A la vez, el virrey, marqués de Guadalcázar, organizó una embajada para enviar una carta que respondía a las intenciones de Tokugawa Ieyasu. Aunque en un principio se iba a aceptar el comercio entre Nueva España y Japón, finalmente se modificó este punto tras haber conocido de las persecuciones contra los cristianos y los numerosos martirios. Esta embajada también iba a devolver a los japoneses que se habían quedado en México antes de la partida de la legación.

La misión partió de Veracruz el 14 de junio y arribaba a Sanlúcar de Barrameda el 5 de octubre, donde desembarcaron varios días más tarde, siendo recibidos por el duque de Medina Sidonia, señor de la localidad, que los reembarcó hasta Coria del Río. En Coria pasaron algunos días antes de hacer la entrada oficial en Sevilla el 23 de octubre.

El paso por Sevilla era indispensable, pues la ciudad era el único puerto de enlace permitido en las comunicaciones marítimas entre el Viejo y el Nuevo Continente.

En la ciudad hispalense, una de las más importantes del mundo en aquel momento, vivió la misión uno de sus momentos más esplendorosos. El primer día llegaron acompañados de toda una serie de carrozas y caballos hasta que llegaron a la Puerta de Triana, en la que fueron recibidos por algunas de las principales autoridades de Sevilla. El conde de Salvatierra les recibió y fueron alojados en el Alcázar de Sevilla. Ese mismo día se dieron todas las sesiones oficiales en las que el cabildo hispalense dio cuenta de haber recibido las cartas y regalos. Desde entonces, más de un mes de turismo en el que pudieron visitar la catedral o alguno de los conventos de la ciudad.

En Sevilla, Sotelo hizo todo un alarde de diplomacia. Se presentó como un enviado directo del shogun, a la vez que apuntaba que Hasekura era el delegado del daimio Masamune. Asimismo, aseguraba que el date Masamune iba a ser el sucesor, como shogun, de Tokugawa Ieyasu, y obviaba algunas cuestiones fundamentales, como que había sido condenado a muerte y que había sido Date Masamune quien le había salvado la vida. A la reunión del cabildo Sotelo y Hasekura entregaban una carta del daimio Masamune, la traducción de la misma y un par de regalos: una catana y una daga.

En la carta, además del objetivo de cristianizar sus territorios, el daimio proponía el establecimiento de relaciones entre Sevilla y Japón, a sabiendas de la importancia de la ciudad hispalense en todo el comercio marítimo, ya que allí se monopolizaba toda la navegación entre la Península y los territorios de Ultramar. Para ello proponía la reunión de pilotos que estudiaran la posibilidad de establecer una comunicación directa Sevilla-Sendai. Obviamente, el cabildo de Sevilla se limitó a alojar a los diplomáticos nipones, pues la mayoría de sus solicitudes excedían de sus competencias y entraban en terrenos de política exterior y religiosa, en los que el ayuntamiento no tenía ninguna potestad.

En la ciudad hispalense recibieron visitas y ellos mismos visitaron estancias como la catedral o la Giralda. Fueron perfectamente atendidos y agasajados en todo momento por el propio ayuntamiento, que además de hospedarles en el Alcázar, les ofrecieron actuaciones, danzas y fiestas. Todo ello, con sus lógicos gastos asociados, lo que también provocó cierto resquemor entre la ciudadanía sevillana.

Finalmente, el 25 de noviembre de 1614 salían de Sevilla con destino a la Corte. En el camino, siguieron haciendo turismo, pasando por ciudades como Córdoba o Toledo.

Mientras tanto, en la Corte de Madrid se procedía de manera incongruente respecto a las peticiones japonesas. Poco antes de que llegara la comitiva de Tsunenaga, Felipe III había aceptado las propuestas realizadas por la embajada de Alonso Muñoz, pero en diciembre de 1614 escribía al virrey de Nueva España retractándose de su decisión anterior.

La misión diplomática de Tsunenaga estuvo casi dos meses en la ciudad de Madrid sin ser recibidos: desde principios de diciembre de 1614, fecha en la que llegaron, hasta que el 30 de enero de 1615 tuvieron su recepción oficial. En el acto, se entregó una carta en la que pedían religiosos para evangelizar la región y ofrecían una suerte de vasallaje del territorio de Masamune respecto a Felipe III. Luis Sotelo tuvo también ocasión de realizar un discurso en el que conectaba al señor de Sendai con el shogun, a la par que vinculaba la embajada de Alonso Muñoz con la suya. También intentaba trasladar cierto temor a una posible infiltración de los holandeses, que comenzaban a despuntar en el comercio en la zona. Obviaba, por otra parte, las primeras medidas anticristianas del shogun. Como venía haciendo, declaraba que las líneas maestras de la embajada eran la aceptación de la embajada por parte del shogun, una estrecha relación con el monarca y solicitaba misioneros, pilotos y marineros, además del establecimiento de una ruta comercial entre Japón y México.

Pasó el tiempo y la respuesta de la Monarquía no llegaba. El principal problema de la embajada era que no representaba a la máxima autoridad del país, sino únicamente a un señor japonés a título personal.

Por otra parte, el paso de la legación por la Corte estuvo lleno de silencios e incomodidades. De primeras, se vieron obligados a alojarse en el monasterio de San Francisco, espacio modesto, que reflejaba que no se trataba de una misión enviada por un emperador. Tampoco hubo ninguna cena de bienvenida, ni siquiera audiencia con el rey hasta pasados dos meses. La misión se entrevistó, aun así, con personajes de la talla del duque de Lerma o el nuncio del Vaticano.

Quizás el momento más importante para la delegación fue el bautizo de Hasekura, el 17 de febrero en el monasterio de las Descalzas Reales, con presencia de la familia real, incluido el propio Felipe III, y ejerciendo como padrinos el duque de Lerma y la condesa de Barajas. En el sacramento tomó el nombre de Felipe Francisco Hasekura, con lo que pretendía homenajear tanto a los franciscanos, como al monarca. También solicitó un hábito de la Orden de Santiago, solicitud que fue rechazada por el Consejo de Indias.

La embajada partió de Madrid el 22 de agosto de 1615. Tras meses de estancia en la capital, el monarca les concedió permiso para continuar en su viaje, concediéndoles numerosos recursos para el viaje: el total de gastos ascendía hasta casi los cuatro millones de maravedíes. Así y pese a todo, las preguntas importantes, respecto a los misioneros o la creación de una vía marítima entre Japón y Nueva España, continuaban sin respuesta.

En el viaje hacia Barcelona de donde tomarían un barco para desplazarse hasta Roma, pasaron por numerosas ciudades: primero Alcalá de Henares, donde fueron recibidos por el rector de la Universidad, después Daroca o Zaragoza. Desde Fraga, un destacamento de Caballería les escoltó hasta Lérida, donde una nueva compañía de Caballería escoltaría a la comitiva hasta Barcelona. Por el camino, Tsunenaga pidió visitar el monasterio de Montserrat; allí se entrevistó con el abad, algunos monjes y pudo consultar la biblioteca del monasterio.

En Barcelona, a donde llegaron el 3 de octubre de 1615, pasaron también varios días, hospedados en la Rambla de la Ciudad Condal y visitando algunos de los principales lugares, como la Casa de la Diputación o la catedral. Desde allí, en tres naves, dos fragatas y un bergantín, salieron hacia Italia.

El viaje por mar hasta la península Itálica no estuvo exento de escalas y visitas: pasaron por la francesa Saint Tropez y las italianas Savona y Génova; en esta última fueron recibidos por el Senado de la ciudad.

Mientras tanto, la diplomacia de la Monarquía había desplegado sus tentáculos e hizo hecho llegar al embajador en la Santa Sede toda la información que se conocía con el objetivo de impedir cualquier acuerdo entre la legación y el Vaticano, en especial en lo relativo a la comitiva, la situación de Sotelo o el momento que vivía el cristianismo en Japón.

En Roma, donde estuvieron cerca de dos meses, tuvieron una audiencia con el papa Paulo V (3 de noviembre de 1615), se les concedió la ciudadanía romana y recibieron respuesta del sumo pontífice a la carta de Masamune, además de marcharse con otra misiva más para los cristianos de Japón. Asimismo, Paulo V decidió conservar para la posteridad la visita de la embajada japonesa y decoró con sus figuras unos frescos en el palacio del Quirinal.

La embajada tuvo en Roma otro de sus momentos importantes. Durante los dos meses que vivieron en la Ciudad Eterna, tuvieron varias audiencias con el papa –algunas oficiales, otras no–. En una de ellas, Luis Sotelo solicitó del papa la creación de una diócesis en Japón, en la región de Mutsu, a la vez que se autoproponía como obispo para la misma. Sin embargo, en el Vaticano sí que tuvieron gestos gratificantes, como comidas, visitas, etc., e incluso en una ceremonia se les concedió la ciudadanía romana.

Las reiteradas peticiones de Sotelo terminaron de balancear la opinión de la Corte de Felipe III, lo que motivó que, a su vuelta de Roma, se emitiera una orden para obligar a la comitiva a pasar por la Península directamente hacia Sevilla y marcharse directamente, sin hacerse ver por la Corte de Madrid.

Dos meses estuvieron en la Ciudad Eterna antes de volver a la Península. El 7 de enero de 1616 zarpaban de Roma con destino Barcelona. Aunque desde la Corte les obligaban a marcharse rápidamente, desoyeron las indicaciones y pasaron brevemente por la capital en el mes de abril. En esa segunda estancia en la Corte volvieron a tener los mismos problemas, a lo que se sumaba una cada vez más acuciante situación para el cristianismo en Japón; en Madrid nadie les recibió oficialmente, conminándoles de nuevo a partir hacia la ciudad hispalense. A su llegada a Sevilla, el Consejo de Indias les volvió a hacer saber que tenían que salir inmediatamente hacia Japón. Finalmente, en ese mismo año 1616, una pequeña comitiva –de tan sólo trece japoneses y dos franciscanos– salió de Sevilla con destino Nueva España.

Las estratagemas de los líderes de la embajada, Luis Sotelo y Hasekura Tsunenaga, continuaron, e hicieron ver que estaban enfermos para continuar en España un tiempo más, intentando recibir una respuesta positiva de la Corte, en especial en lo relativo al envío de misioneros a Japón. El propio Hasekura consiguió ser acogido en el convento franciscano de Loreto, cerca de Espartinas, localidad próxima a Sevilla. Allí consiguió estar más de un año, esperando alguna respuesta positiva a todas sus preguntas. Sotelo, por su parte, esperaba ser nombrado comisario apostólico de la Observancia.

Desde su reposo, continuaron escribiendo repetidamente tanto a Felipe III como al nuncio y al papa, e incluso solicitaron al cabildo de Sevilla que intercediera ante el monarca. La única respuesta del rey, fechada el 12 de julio de 1616, se limitaba a destacar cómo había favorecido a la embajada tanto en España como en Italia y les daba ánimos para continuar en su proyecto de cristianizar Japón.

Poco antes de la partida definitiva del grueso de la embajada, algunos japoneses –determinados autores apuntan a entre cinco y ocho–, probablemente asustados por la situación en su país de origen y tras haberse acostumbrado a la vida en Coria del Río, decidieron quedarse a vivir en la ciudad andaluza.

Finalmente, el 4 de julio de 1617, Hasekura y Sotelo embarcaban junto a cinco samuráis y un franciscano que aún quedaban en España, y marchaban destino a Veracruz, donde la comitiva llegó en el mes de septiembre. Atravesaron de nuevo todo México para llegar a Acapulco a principios de febrero de 1618. Desde allí pasaron a Filipinas, en el verano de 1618, y, sorprendentemente, se quedaron en las islas más de dos años, hasta agosto de 1620. De allí zarparon hacia las islas japonesas, primero a Nagasaki y, llegando finalmente a Sendai, más de siete años después de su salida, en septiembre de 1620. Luis Sotelo, al llegar a Filipinas, fue obligado a volver a Nueva España y se le prohibió regresar a Japón.

Al regreso de la embajada, Date Masamune informaba al shogun de la llegada de la comitiva. En la carta, el daimio hacía ver a Tokugawa Ieyasu que había sido él mismo el encargado de enviar la legación, mientras que Masamune había sido un mero intermediario. En ese intervalo de tiempo, Date Masamune también había cambiado su política y había comenzado la persecución de los cristianos.

La expedición fue un absoluto fracaso, aspecto que hay que enfocar desde el contexto de la historia política japonesa. Por un lado, al igual que había ocurrido siglos antes en los territorios europeos, el proceso de unificación nacional se basaba en lo religioso, concretamente en el budismo como teología y el confucionismo como ética. El país, en definitiva, era incompatible con las prácticas religiosas cristianas; se consideraban ajenas al país e incluso peligrosas, al poder crear fidelidades paralelas a la estructura social del país.

Pero también hay que tener en cuenta la propia idiosincrasia japonesa, con unos principios antagónicos a los que intentaba trasladar el cristianismo. Esto, unido a una intransigencia cada vez mayor a cualquier tipo de religión externa, provocó el inmovilismo y la imposibilidad de desarrollo.

Hubo otros motivos que provocaron el fracaso, entre ellos, la oposición de los mercaderes de varias zonas: por un lado, los portugueses de India y Macao –pese a que Portugal y Castilla se encontraban por entonces bajo el dominio del mismo monarca– y los castellanos de Filipinas. Por otra parte, las disputas religioso-políticas entre los franciscanos y los jesuitas, apoyados a su vez por los castellanos y los portugueses, respectivamente, ya que la Compañía de Jesús controlaba el único obispado de las islas, que no querían perder. A ello habría que sumar el escaso apoyo de la Monarquía Hispánica y de las autoridades españolas.

En definitiva, la misión diplomática fue un absoluto fracaso para todas las partes: los japoneses se quedaron sin las rutas comerciales a las que pretendían acceder, pero en Europa se vieron privados del acceso a un importante territorio para potenciales evangelizaciones. La prohibición del culto cristiano por parte del clan Tokugawa –radicalizado en 1640, cuando se prohibió a los japoneses salir del país y a los extranjeros entrar– duró hasta el siglo XIX y, aunque siguieron existiendo cristianos en clandestinidad, la penetración del cristianismo ha sido siempre mínima y en ningún momento ha superado el 1% de la población. De hecho, los japoneses no tuvieron conocimiento de estas embajadas hasta 1873.

Aun así y pese a todo, la embajada fue uno de los primeros contactos de Japón con Europa, previos al siglo XIX.

La embajada en el DB~e

Imagen: Carta de Hasekura Tsunenaga al rey (contiene firma autógrafa en japonés) solicitando la salida a Japón de los religiosos convenidos. Archivo General de Simancas vía PARES

Luis Sotelo Niño

Sevilla, 6.IX.1574 – Omura (Japón), 25.VIII.1624. Misionero franciscano (OFMDes.) en Japón, mártir, beato.

Biografía

“Tras cursar estudios en Salamanca, donde profesó en la Orden de los Franciscanos Descalzos, se dispuso a prestar sus servicios como misionero. Con esta intención llegó a Filipinas en 1600, aunque su mirada estaba puesta fijamente en Japón, a cuyos territorios arribó en 1603. Como en el caso de otros misioneros, pronto fue conocido entre los nobles japoneses.

Hacia 1610, en la Corte del shogun en Yedo, fray Luis conoció a Daté Masamune, uno de los más importantes señores feudales o daimyos japoneses, que gobernaba el extenso Reino nororiental de Mutsu o Bojú, a quien acabó convirtiendo al cristianismo.

La influencia del franciscano llegó hasta convencer a Masamune de la necesidad de organizar una expedición desde Japón dirigida al Rey de España (Felipe III) y al papa de Roma (Paulo V), pasando por Sevilla, su ciudad natal y único puerto de comunicación entre América y España. Fray Luis Sotelo y el samurai Hasekura Rocuyemon Tsunegaga comandaron esta célebre expedición que se prolongó a lo largo de siete años (1613-1620), uno de los hitos fundamentales en los contactos entre Japón y Occidente, conocida como Misión Keicho por la era del calendario japonés durante la cual se llevó a cabo.

Los objetivos de esta embajada eran conseguir del papa el envío de nuevos misioneros para Japón y del rey español la apertura del comercio directo entre el Reino de Masamune con Filipinas y Nueva España.

Muchos factores impidieron el éxito de esta expedición, entre ellos la oposición de los comerciantes portugueses de la India y de Macao y de los comerciantes españoles de Filipinas, la animadversión de los jesuitas y el giro de la política interior de Japón desde que en diciembre de 1613 el shogun decretase el destierro de todos los misioneros cristianos en tierras japonesas. El capitán samurai y el franciscano sevillano recorrieron miles de kilómetros desde Sendai a Roma y dejaron múltiples testimonios de su actividad, destacando entre todos ellos las dos magníficas cartas escritas por Masamune y dirigidas a la ciudad de Sevilla y al papa que se conservan en el Archivo Municipal de Sevilla y en los Archivos Vaticanos.

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Imagen: Detalle del fresco del Salone dei Corazieri del Palacio del Quirinal en Roma, que representa la embajada Keicho a los estados papales durante el reinado del Papa Pablo V. Esta imagen en particular detalla la Embajada de Hasekura Tsunenaga con la cabeza apoyada en la mano, discutiendo con el traductor franciscano Louis Sotelo, rodeado de otros miembros de la embajada. (cc) Wikimedia Commons

Hasekura Tsunenaga

Japón, 1571 – 1622. Samurai y diplomático nipón.

Biografía

“Conocido también como Hasekura Rokuemon, servidor del noble Date Masamune, entre los años 1613 y 1620 encabezó una embajada a México, Madrid y Roma, siendo el primer cargo oficial japonés enviado como tal a visitar el continente americano (ya en 1610, el San Buenaventura, mercante de ciento veinte toneladas métricas construido en Japón por los españoles, zarpó del puerto de Uraga —isla de Hondo—, llevando a bordo algunos nipones, los primeros, en realidad, que pisaron tierra mexicana. El virrey, Luis de Velasco, los recibió cordialmente). En julio de 1611 una embajada española, presidida por el famoso navegante y cartógrafo Sebastián Vizcaíno regresó desde Nueva España con el buque japonés que había llegado hasta allí con Rodrigo Vivero de Velasco, gobernador de Filipinas el año anterior, lo que inspiró al “daim ˆy o” de Sendai (actual Prefectura de Migayi, al Norte del país), Date Massamune, la idea de enviar una embajada con la intención de comerciar con México y el Sur de Europa, si bien cabe que los planes del “zorro viejo astuto”, como era apodado, fueron más bien políticos; la oportuna pérdida del diario de Tsunenaga, si existió, hubiera aclarado no pocas dudas.

Animado en esta empresa por el franciscano bilingüe Luis Sotelo, al que había salvado de las persecuciones anticristianas del “Shōgun”, Date designó a Hasekura, veterano de las campañas de Corea (1592 y 1597), como su representante. Si bien éste no era un samurai rico y poderoso, tampoco era un personaje vulgar, ya que desempeñaba un cargo de confianza y su salario ascendía a 600 “koku” anuales (un “koku” equivalía a la cantidad de arroz consumida, en aquella época, por un adulto durante un año).

Bajo supervisión española, hábiles trabajadores nipones construyeron un galeón en el pequeño poblado de pescadores de Tsukinoura (norte de Sendai), que bautizaron Mutsu Maru y los españoles llamaron San Juan Bautista. El 27 de octubre de 1613, Hasekura zarpó hacia Acapulco, acompañado de Sotelo y de ciento ochenta miembros de la misión japonesa, en la cual figuraban veintidós samurais (doce de ellos vasallos de Masamune, entre los que se sabe había algún cristiano, y diez funcionarios del Shogunato, bajo el mando, estos últimos, del ministro de Marina, Mukay Syokan), sin contar cuarenta marinos españoles y portugueses. Teniendo en cuenta el reducido tamaño de la nave, el largo viaje debió de ser incomodísimo.

El 25 de enero de 1614 fueron recibidos por Diego Fernández de Córdoba, Virrey de México, que los trató con toda clase de consideraciones. En la capital fueron bautizados —en Semana Santa— 78 de éstos. Poco después, la delegación japonesa cruzó el Atlántico, llegando a Sanlúcar de Barrameda y remontando el Guadalquivir hasta la entonces pequeña población de Coria del Río, cerca de Sevilla, marchando después a presentar sus respetos a Felipe III (en Madrid, Hasekura fue bautizado con los nombres de Felipe Francisco) y al Pontífice Pablo V (entre enero y octubre de 1615). Tras ser recibido en Roma, Hasekura recorrió —interesado en el aspecto secular de su misión— las repúblicas italianas, tratando de obtener beneficios fiscales para las mercancías de su país. Negoció también la venta del San Juan Bautista a las autoridades de México.

Durante su larga ausencia de casi siete años, el Shogunato de Tokugawa (1603-1867) se había consolidado y España, por razones de seguridad, cerró la costa mexicana del Pacífico a la navegación extranjera, por lo que la embajada fracasó en sus propósitos.

Después de pasar dos años en Filipinas, Hasekura regresó a Japón en septiembre de 1620. Pese a la prohibición de predicar el cristianismo, primero, y de su práctica, después, seguida de persecuciones —iniciadas a finales del siglo XVI— y que en los dominios de Date revistieron extraordinaria crueldad, ni él ni los otros miembros de la embajada fueron molestados; es más, a él le fue permitida la práctica en privado de su nueva religión.

[…]

Antes de emprender el regreso a su país —vía México— algunos miembros de la embajada, unos treinta, prefirieron quedarse en Coria del Río, según unas versiones, por temor a la persecución religiosa y, según otras, por la conocida belleza y simpatía de sus mujeres, no tardando en fundar familias, lo que explica la existencia en esa población de cerca de seiscientas personas apellidadas Japón. En el Parque Carlos de Mesa, a orillas de Guadalquivir, se alza una estatua dedicada a este personaje, regalo de la Prefectura de Miyagi, cuya capital es Sendai; Hasekura aparece de pie, vestido a la antigua usanza, mirando hacia Japón, en el Lejano Oriente.”

Biografía completa en el DB~e

Imagen: Hasekura Tsunenaga en Roma. (cc) Wikimedia Commons

Rodrigo de Vivero y Aburruza

 Conde del Valle de Orizaba (I). México, 1564 – Orizaba (México), 1636. Gobernador interino de Filipinas, gobernador de Panamá.

Biografía

“Al igual que la generalidad de los gobernadores de Filipinas, una de sus principales preocupaciones fue la vinculada con la presencia de mercaderes japoneses y de sangleyes en Manila y como poco antes de su llegada los japoneses habían causado diversos desórdenes, una de sus primeras actuaciones fue la de renovar la comisión que la audiencia gobernadora había dado al oidor de la Vega para hacer embarcar a los japoneses y sacarlos de la ciudad de Manila y de inmediato escribió al emperador de Japón para ‘que de aquí adelante no venga gente descompuesta a estas yslas sino solo los mercaderes que contratan en ellas y los marineros forçosos a su navegacion’. En la misma línea dio orden para que se moderara el número de sangleyes que acudían a Manila.”

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Imagen: Detalle de “Testamento de don Rodrigo de Vivero, gobernador y capitán general de la ciudad de Manila y sus Yslas”, s. f.  Biblioteca Digital Mexicana, BDMx

Sebastian Vizcaíno

Extremadura, 1548 – México, 1628. Marino, explorador y embajador.

Biografía

“unos años más tarde, en 1611, durante el segundo virreinato de Luis de Velasco hijo (1607-1611), se le encargó dirigir un importante viaje por el Pacífico, a las llamadas ‘islas ricas de oro y plata’, que no encontró, pero en realidad donde tenía que ir era al Japón, para llevar una embajada y devolver una comisión japonesa venida a México, tras el viaje de Rodrigo de Vivero, en el que se propuso iniciar un intercambio comercial entre Nueva España y el país del Lejano Oriente. Partió el 22 de marzo de 1611 y llegó el 10 de junio a Uraga, donde escribió al Daimyō Ieyasu (primer shogun de la dinastía de la Casa Tokugawa, 1603-1605) y a su hijo shogun reinante Hidetada (1605-1623), quienes le respondieron invitándole a presentarse en las respectivas cortes de Sumpu (Shizuoka) y Edo (Tokio), y donde debía entregarle los parabienes que portaba del virrey de Nueva España. Pero Vizcaíno, según Ezquerra, “se portó con poca diplomacia al no querer sujetarse a los usos de la Corte japonesa en su entrevista con el shogun. Pedía ser recibido según la etiqueta española y amenazó con retirarse sin cumplir la embajada”, pero tuvo la suerte de que los japoneses se avinieron y realizaron un suntuoso recibimiento a Vizcaíno.

A continuación, exploró parte de las costas del país, mientras que esperaba los resultados de las negociaciones, que no fueron muy fructuosas por las intrigas que realizaron los holandeses y la mala disposición que tuvo Ieyasu hacia los cristianos, no permitiendo la predicación de la doctrina católica en el país nipón, aunque sí acepto entrar en relaciones comerciales con Nueva España, como quedó expresado en la carta que portó Vizcaíno a su regreso al virrey de Nueva España. Durante la expedición de Vizcaíno por las costas japonesas tuvo importantes dificultades, y perdió sus naves en una tormenta, por lo que no pudo continuar navegando y como además cae enfermo, es el sacerdote Luis Sotelo quien se encarga de los preparativos del retorno, solicitando a Hidetada un préstamo de 6000 pesos para construir una nave nueva, pero al negarse negoció con el daimio de Sendal Masamune (Masamuney), quien le ayuda promocionándole un barco y vituallas para el regreso a Nueva España (27 de octubre de 1612), y en el que viaja Vizcaíno como simple pasajero, pues Luis Sotelo se hace cargo del mando del buque, con el que llegaron a Zacatula a principios de 1613.

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Imagen: Wikimedia Commons

La embajada japonesa en 1614, de José Velázquez y Sánchez

En el año 1862, el escritor, archivero y escritor José Velázquez Sánchez (Cádiz, 10.III.1826 – Filipinas, VIII.1880) publicó en la editorial sevillana El Porvenir su libro La embajada japonesa en 1614, uno de los primeros acercamientos historiográficos en clave moderna a este acontecimiento.

Aquí se ofrece la reproducción digital del ejemplar que se encuentra en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, por su importante valor histórico para un hecho trascendental en las relaciones entre España y Japón.

Los martirios

Resumen

En 1622 hubo en Japón un periodo de recrudecimiento en la persecución cristiana, persecución que, con altibajos, llevaba produciéndose desde finales del siglo XVI. Fue en aquel año cuando se produjeron diversos ajusticiamientos de religiosos misioneros y de japoneses convertidos al cristianismo. Uno de los más importantes, aunque no el único, fue el conocido como Gran Martirio de Nagasaki, ocurrido el 10 de septiembre y en el que fueron asesinadas 55 personas. A finales de ese año de 1622 centenares de cristianos habían sido martirizados.

Martirios

El proceso de evangelización católica de Japón debe enmarcarse en el proceso de expansión de algunas potencias europeas en territorios alejados del Viejo Continente. Así, la llegada, en 1543, de los primeros comerciantes portugueses a las islas que hoy conforman el país nipón fue el punto de partida de la expansión del cristianismo por Japón.

Dicha expansión política y territorial –tal y como se estaba desarrollando en el territorio americano por parte de la Monarquía Hispánica o en África y otras zonas de Asia por parte de los portugueses– iba aparejada de una extensión de la fe cristiana a esos territorios, con el objetivo de ganar almas para la religión.

A la llegada de los primeros religiosos cristianos a Japón y, en especial, de san Francisco Javier, en 1549, los jesuitas se convirtieron en la principal orden en el territorio. En ello tuvo mucho que ver el interés del rey de Portugal, Juan III, que tenía gran simpatía por los jesuitas, y solicitó del papa que fueran ellos los encargados de evangelizar un territorio que estaba controlado por los portugueses, en parte por la financiación de la Corona portuguesa.

La Compañía de Jesús se puso manos a la obra y fue la primera en dedicarse a la evangelización de aquel territorio. Con ese objetivo, en el año 1549, Francisco Javier –más tarde san Francisco Javier–, recorrió los territorios japoneses durante un periodo de 26 meses, llegando a entrar en su capital, llamada anteriormente Meaco, hoy en día conocida con el nombre de Kioto. El jesuita se convirtió de esta manera en el primer evangelizador cristiano de las tierras del lejano Oriente.

Los jesuitas, al menos durante esos primeros años, fueron los únicos en establecerse en el territorio, siendo su mayoría portugueses, aunque también hubo algunos italianos y españoles. En relación con el comercio, los miembros de la Compañía de Jesús se interesaron por saber qué productos podían tener más interés de cara a un potencial mercado y se encargaron de elaborar una lista con los productos con los que podían conseguir mayores beneficios en la zona. De tal forma que los jesuitas se insertaron de lleno en el mercado comercial que tenía en Filipinas, Macao y Japón sus epicentros, lo que les reportó grandes e interesantes beneficios que fueron directos a las arcas de la Orden.

Los jesuitas tenían, además, un privilegio que consistía en determinar a qué puerto de Japón llegaba cada nave y cada carga procedente de Europa, lo que también granjeaba importantes beneficios a los habitantes de dichos territorios. Todo ello motivó que los gobernantes japoneses (daimio) decidiesen tener buenas relaciones con los jesuitas, que podían, a su vez, favorecer a los territorios de cada uno de esos daimios.

De esta forma, los miembros de la Compañía de Jesús fueron autorizados por algunos daimios para propagar su fe y convertir a los nativos al cristianismo. Incluso, varios de estos gobernantes decidieron su propia conversión. En ese sentido, hicieron uso de una doctrina jesuítica que se podría denominar “de arriba a abajo”, según la cual se pretende conquistar a las élites, para que después estas influyeran directamente en sus súbditos, que terminarían por convertirse, al igual que habían hecho sus señores.

Hubo que esperar hasta finales del siglo XVI para que otras órdenes mendicantes se establecieran en la zona, en especial fueron franciscanos y dominicos.

Durante los primeros años y décadas, el cristianismo fue aceptado por los diferentes gobernantes, lo que permitió el ascenso de esta religión en la zona hasta lograr unos 200.000 fieles, según algunas crónicas jesuíticas.

Sin embargo, con la llegada al poder de Toyotomi Hideyoshi, en el año 1585, todo cambió. Hideyoshi consiguió unificar políticamente todo Japón bajo su mando y, en relación con el cristianismo, durante sus primeros años, aceptó sin ningún problema la presencia y estancia de cristianos, incluso la labor misionera y evangelizadora. Pero en 1587, con el objetivo de lograr el apoyo de los budistas –quienes habían sido parte fundamental en las luchas políticas por el poder desde la edad Media–, firmó un primer decreto de expulsión de los cristianos. Parece que detrás del movimiento de Hideyoshi estaba su temor a los daimios convertidos al cristianismo, en especial de la isla de Kyushu, que había sido la última región en incorporarse a su control. Creía que estos gobernantes podrían favorecer a los jesuitas en un momento dado o que apoyarían una hipotética invasión europea del territorio japonés. Aun así, seguía permitiendo las labores misionales cristianas, que se mantuvieron en secreto.

Todo ello derivó, dos años más tarde, en una primera persecución contra ellos, y concluyó, ya en febrero de 1597, en el asesinato de los conocidos como “26 mártires de Japón”: seis franciscanos, llegados desde Manila y sin permiso para estar en Japón; tres jesuitas japoneses, y otros 17 cristianos. En esa misma época se destruyeron más de un centenar de iglesias y se expulsó a numerosos misioneros, mientras que otros se escondían de las autoridades japonesas. Sin embargo, esto no implicaba una prohibición de la actividad comercial que estaba bien implantada entre Japón y Europa.

Detrás de esta masacre se encontraba también una razón económica y comercial. En 1596, un galeón, el San Felipe, había naufragado en las costas dependientes del Gobierno de Hideyoshi, quien decidió confiscar la carga e interrogar a los tripulantes. Uno de ellos aseguró durante el interrogatorio que las misiones religiosas españolas servían como precedente a las conquistas militares. Esto enfureció al gobernante japonés, que inició la persecución religiosa.

A la muerte de Hideyoshi, en 1598, volvió la calma. Llegó entonces al poder Tokugawa Ieyasu, que estableció el shogunato Tokugawa, que duraría desde 1603 hasta 1868. Sin embargo, pronto –en 1605– Ieyasu abdicó en su hijo, Tokugawa Hideatada, aunque se mantuvo como un poder en la sombra. La nueva época inaugurada por los Tokugawa se iniciaba con un periodo de calma.

Sería de nuevo el aspecto religioso lo que devolvería la tempestad a las relaciones entre la Monarquía y el Japón. La Monarquía quería evitar el conflicto, ya que muchos de los barcos de su flota, en el camino entre Filipinas y México, solían acabar en las costas japonesas con motivo de tormentas o de la mala mar.

Paralelamente se introdujeron nuevos protagonistas en la historia, al llegar a las islas extremo-orientales los ingleses y los holandeses, interesados únicamente en lo comercial y nada en lo religioso. Entre ellos destacó un nombre, William Adams, un marino inglés que trabajaba para Holanda y que comenzó a servir a Ieyasu, encargándose de las relaciones entre Japón y Europa.

Adams había llegado a la zona en torno a 1600, tras haber naufragado con su nave holandesa. Rápidamente se convirtió en el hombre extranjero de mayor confianza en la corte japonesa, en parte gracias a los conocimientos marítimos que ofreció a los japoneses y que los portugueses y los españoles se habían negado a dar. La llegada de otros holandeses e ingleses siguió debilitando la influencia hispana, a la vez que los españoles intentaban transmitir la idea de que para los japoneses era preferible la amistad con el monarca católico que con los neerlandeses, que eran vasallos rebeldes.

A pesar de todo, hubo otros factores internos que influyeron en el deterioro de las relaciones. Fue el caso de un caso de cohecho protagonizado por un funcionario, japonés y converso al cristianismo llamado Okamoto Daihachi. Este había prometido a un daimio, Arima Haranobu –también cristiano–, un aumento de su territorio a cambio de una importante suma de dinero. Tras haber pagado y esperado durante dos años, Haranobu decidió denunciar a Daihachi ante Ieyasu. Ambos terminaron siendo ejecutados. En ese momento se descubrió que había un nutrido grupo de miembros de la corte que eran conversos, a los que se les privó de sus funciones, se les confiscaron los bienes, se les metió en la cárcel y, dos años más tarde, se les expulsó del país.

Toda esta situación impulsó a Ieyasu a llevar a cabo un edicto en 1614 que volvía a expulsar a los cristianos y prohibía la religión en sus territorios. La estela de Ieyasu continuó durante el gobierno de su hijo, Tokugawa Hidetada, y más adelante de su nieto, Tokugawa Iemitsu, provocando el asesinato de miles de religiosos cristianos y, consecuentemente, la eliminación, al menos de forma oficial, del cristianismo.

Tras el edicto de 1614, el cristianismo no desapareció por completo; continuaron viviendo en el país –de manera oculta– algunos religiosos. Los gobernantes aceptaron a los convertidos, siempre que no hicieran proselitismo ni ayudasen a los misioneros ocultos. Desde las instancias de poder japonesas, de todas maneras, continuaron de manera recurrente la persecución, el encarcelamiento y, en ocasiones, la pena de muerte para aquellos cristianos, tanto internos como foráneos.

En el año 1622 hubo un periodo de recrudecimiento en la persecución cristiana, que derivó en diversos ajusticiamientos de religiosos misioneros y de japoneses convertidos al cristianismo. Uno de los más importantes, aunque no el único, fue el Gran Martirio de Nagasaki, ocurrido el 10 de septiembre y en el que fueron asesinadas 55 personas. A finales de ese año de 1622 centenares de cristianos habían sido martirizados.

La narración de lo ocurrido el 10 de septiembre, que recoge la Relación breve de los grandes y rigurosos martirios que el año passado de 1622 dieron en el Japón…, dice así:

“Acabado este martirio [el del 19 de agosto, en que murió Juan de Zúñiga], envió el Gobernador de Nagasaki a Omura por los presos que en aquella cárcel estaban esperando su dichosa hora. Este fue el más ilustre martirio que jamás ha habido en aquel reino. Fueron cincuenta y cinco, todos en un día. Partieron, pues, los dichosos siervos de Dios de la cárcel de Omura, en que habían estado presos muchos años, aunque unos más que otros, pero todos con tanta estrechura que en una presa baja en que cabían solas doce esteras estaban treinta personas, y algunas veces más, y entre tres una estera de ocho palmos de largo y tres de ancho, en que estaban de día y de noche, sin haber donde poder dar un paso y dentro tenían su lugar de necesarias, que sólo esto bastaba para acabarlos en poco tiempo; su comida era una escudilla de arroz negro con alguna sardina asada, y a veces con caldo de hojas de rábanos. Mientras estos santos presos venían de Omura, el Presidente llamó ante sí a treinta hombres y mujeres que estaban presos en Nagasaki para ser martirizados con los de Omura, y pronunció contra ellos sentencia de muerte para que fuesen degollados el día siguiente, y entre tanto los volvieron a la cárcel. Saliendo del Tribunal del Presidente con grande alegría hermanados como malhechores, casi todos llevaban crucifijos o cruces en las manos. Una de aquellas valerosas mujeres iba delante como capitana con una bandera del Santo Crucifijo en las manos, y todas la seguían en procesión cantando alabanzas a Dios, y vituperios a los falsos dioses, y algunas de ellas llevaban en los brazos sus niños, que también habían de ser sacrificados: detrás de ellas iban los varones haciendo todos una procesión muy vistosa a los ojos de Dios, y de los cristianos que con envidia los estaban mirando, y acompañaban en grande número. Llegaron los presos de Omura al lugar del martirio, entre los cuales venían veintiún religiosos, la gente que se había juntado para el recibirlos era infinita, los cuales iban señalando y nombrando a los padres que los habían hecho cristianos, con grandes lágrimas y alaridos, de ver que les iban quitando sus padres y maestros espirituales, a los cuales los padres consolaban, dándoles confianza de que Dios les enviaría otros padres, que les ayudasen en sus firmes propósitos, y exhortándoles a que perseverasen en la Fe hasta la muerte. Luego señalaron los ministros de justicia a cada uno su columna a donde había de ser quemado, y antes que los atasen a ellas, los santos sacerdotes se hincaban de rodillas y se abrazaban con ellas y les daban mil besos, y con tal ejemplo los hermanos japoneses hacían lo mismo, con que movían a devoción y lágrimas a los circunstantes. Antes de que saliesen de Nagasaki los otros 30 que habían de ser degollados, fueron poniendo y atando, aunque levemente a los 25 que fueron quemados vivos, a los cuales pusieron por este orden. Los cuatro primeros eran los caseros de algunos padres, luego se seguían 25 religiosos europeos y japoneses. El primero de los religiosos era el P. Carlos Espinosa, italiano de la Compañía de Jesús, natural de la ciudad de Génova, de la ilustre casa de los Espínolas, y así por tan conocido y estimado de todos, por su nobleza y virtud, y otras raras partes, y muy antiguo obrero en aquella Cristiandad. El segundo era el P. fray Ángel Ferrer, de la Orden de S. Domingo. Tercero, el P. fray Jospeh de S. Iacinto, de la misma Orden. Cuarto, el P. F. Iacinto, de la misma Orden. Quinto, el P. Sebastián Quimura, de la Compañía, natural de Japón de la ciudad de Firando, muy antiguo religioso de más de 10 años de religión y el primer sacerdote que se ordenó de los japoneses, ahora 20 años, insigne obrero, de rara virtud, y muy buen predicador de su lengua. Sexto era el P. fray Pedro de Ávila de S. Francisco. 7º, el P. F. Ricardo de S. Ana, de S. Francisco. 8, el P. fray Alonso de Mena, dominico. 9, el P. fray Francisco de Morales, dominico. 10, el hermano fr. Vicente, franciscano europeo. 11, el hermano fr. León Japón. 12, el hermano Antonio Fugit, de la Compañía. 13, El hermano Gonzalo Fusay, de la Compañía. 13 [se repite el número 13], el hermano Pedro Zampo de la Compañía. 14, el hermano Miguel Japón, de la Compañía de Jesús, todos estos eran japoneses. Tras estos estaban cuatro del nombre y religión de S. Domingo: los dos últimos eran de la Compañía, el hermano Tome Acasgin y el hermano Luis Cavarato, japonés, y a otro hermano de la Compañía degollaron por no haber columna en este mismo martirio, llamábase el hermano JuanCnacoco Japón, y así en este martirio hubo nueve mártires de la religión de S. Domingo, cinco de S. Francisco y nueve de la Compañía de Jesús.

Apenas estuvo aderezado lo que tocaba a los 25 que habían de ser quemados, cuando comenzó a parecerle la otra hilera de los 30 que venían a ser degollados. Y cuando fueron llegando a vista de los santos religiosos que los estaban esperando, hubo grandes lágrimas y alaridos, despidiéndose los unos de los otros. Y llegándose más cerca a los santos que estaban en las columnas, preguntó el P. Carlos Espínola, de la Compañía de Jesús, a una santa matrona que allí venía, cuyo marido había sido martirizado, por haber sido casero del mismo padre. Isabel Fernández, ¿dónde está Ignacio, vuestro hijo? Y ella respondió tomándole en los brazos, y levantándole alto, aquí está, padre, mi hijo, aquí le traigo para ofrecerle a Dios, y para que sea mártir conmigo. Este niño tenía 5 años. Oyéndola, el padre quedó extrañamente consolado. Antes de poner fuego a la leña, cortaron con extraña fiereza las cabezas a los treinta que dijimos, hombres y mujeres, y a 12 niños, el mayor de los cuales no tenía 10 años cumplidos. Y preguntando a los verdugos la causa porque degollaban a estos mártires, antes de quemar a los santos ministros del Evangelio, poniéndoles delante de sus ojos las cabezas recién cortadas corriendo sangre. Decían que era para atemorizar a los confesores de Cristo y hacerles perder el ánimo en el tormento de fuego.

Pusieron fuego a la leña, que rodeaba a los Santos por todas partes, mas pusiéronle tan lejos que algunos con particular cuidado lo vieron y se pusieron de propósito a medir la distancia, hallaron tres brazas por algunas partes entre el fuego y los santos mártires, para que fuese el fuego más prolongado, y con este fin, si ardía mucho, lo apagaban. Y todo esto se hizo para que el que quisiese salirse pudiese, atándole flojamente las manos a las columnas con una lazada por cumplimiento, para que, sintiendo el fuego ellos mismos, se pudiesen soltar y saliesen de la estacada. Para lo cual les dejaron una puerta abierta por donde si quisiesen pudiesen escapar del fuego y quedar sustraídos de la corona del Martirio. Poco después que pusieron fuego a la leña, se regocijaron los santos mártires, puestos los ojos en el cielo, sufriendo el fuego como si fueran de mármol, quietos e inmóviles. Duraron mucho tiempo con maravillosa constancia en este martirio y algunos curiosos que llevaron relojes de arena hallaron que algunos de los sagrados sacerdotes estuvieron asándose hora y media y dos horas. Y el santo mártir Sebastián Quimura, de la Compañía de Jesús, afirman los que le vieron y midieron con reloj de arena que duró tres horas vivo, con que los infieles quedaron espantados y muchos días hablaban de ello con grande admiración. Mucho los animó para estar firmes y constantes el extraordinario concurso de los cristianos que se hallaron presentes y la causa que el haberse publicado muchos días antes, el día y lugar donde habían de ser martirizados y que entre ellos había tantos religiosos europeos y japoneses, tantos y tan venerables sacerdotes antiguos obreros de aquella Cristiandad de 20, 25, 30 y más años de trabajo en cultivar la conversión del Japón. Y para que se pueda colegir algo de este número, escribe el P. Juan Bautista de Baeza, de la Compañía de Jesús, rector de Nagasaki, que está en Japón desde el año de [1]590, que habrá en aquella ciudad y sus contornos más de 50.000 cristianos, aunque la ciudad está muy desecha de lo que solía ser íbanse los santos acabando, y muchos de rodillas abrasados con sus columnas iban muriendo.

Acabados de quemar los santos cuerpos, fue grande el ímpetu de cristianos que fueron a venerar y recoger las santas reliquias, mas las guardas no lo dejaron hacer, maltratándoles a palos, y viendo que esto no bastaba, intentaron otra cosa, para por lo menos salir con victoria de los santos cuerpos, y para que no quedase rastro ni memoria de ellos, ni fuesen venerados de los fieles. Mandó el presidente que hiciesen una fosa capaz en la cual encendieron otro mayor fuego, y echando en él los santos cuerpos y las mismas columnas que habían quedado allí, los quemaba todos hasta hacerlos ceniza, hinchando de esta muchos sacos los pusieron en barcos, y apartados buen trecho de la ciudad fueron sembrando sus reliquias por el mar”.

Como vemos, buena parte del conocimiento de estos hechos ha llegado a nosotros gracias a las crónicas elaboradas por religiosos franciscanos, jesuitas o dominicos que utilizaron para dar veracidad a su relato testimonios o cartas de los asesinados. El mayor o menor número de muertos de cada una de las órdenes fue utilizado por los propios religiosos para atacarse entre ellas y desprestigiar a las demás.

En el año 1867, varios de los religiosos asesinados el 10 de septiembre de 1622 fueron beatificados por el papa Pío IX. Junto a muchos otros mártires, darían lugar a los 205 mártires del Japón.

Imagen: La crucifixión de varios cristianos en Nagasaki, Japón (cc) Museo de Mindere (Sint-Truiden) / Europeana

 

Los mártires en el DB~e

Mártires del 10 de septiembre de 1622

Imagen: Los Martirios de Nagasaki de 1622, color sobre papel. Realizado probablemente en Macao a mediados del siglo XVII. Fuente: Patrimonio del Fondo Edificios de Culto. En depósito en la iglesia del Gesù de Roma / Wikimedia Commons

Alonso de Mena Navarrete

Logroño (La Rioja), 3.II.1578 − Nagasaki (Japón), 10.IX.1622. Sacerdote dominico (OP), mártir y beato.

Biografía

“Fue escogido para acompañar al padre Francisco Morales y a sus tres compañeros en la fundación de la misión dominicana de Japón (1602). En suelo japonés compartió los difíciles pasos iniciales que exigían la creación y puesta en marcha del nuevo campo de apostolado, primero en el archipiélago de Koshiki y luego en Chôsa, ciudad donde residía el daimio o señor feudal. Su dedicación fue total. Por su conocimiento de la lengua china, al año de su llegada le fue encomendado visitar al sogún, general supremo Tokugawa Ieyasu, con el fin de solicitar permiso legal para establecer en Japón una comunidad dominicana. Era una labor comprometedora, pues el daimio de Satsuma había invitado a los dominicos a su feudo sin haber consultado antes con Tokugawa Ieyasu. De ahí que el señor feudal entregara a los religiosos una casa japonesa pero alejada de su propia residencia oficial.

La visita, sin embargo, tuvo éxito: el padre Mena consiguió permiso para fundar iglesias en cualquier parte de Japón y el señor feudal llegó a reconciliarse con el sogún. En vista de este feliz resultado, el señor de Satsuma pidió al padre Mena que fuera a Manila para entablar relaciones comerciales con sus territorios. El misionero fue efectivamente a la capital filipina y, aunque consiguió que los superiores reconocieran oficialmente la donación de casa e iglesia en Kyôdomari y que se fletase en Manila un barco con mercancías destinadas al feudo de señor de Satsuma, no fue posible establecer las relaciones permanentes que pretendía el daimio.

No sólo eso, sino que el padre Mena contribuyó decisivamente a fundar otros focos de acción misionera en distintas poblaciones del señorío de Hizen, hoy provincia de Saga. Se obtuvo también un territorio misional en este señorío (1606) y, como consecuencia, se crearon iglesias en varias poblaciones, como Hama y Kashima. Durante algún tiempo, esta zona gozó de tranquilidad y libertad de movimiento y fue escenario de expansión y actividad misionera gracias principalmente al dinamismo del padre Mena.

La situación, sin embargo, se fue deteriorando. Las primeras disensiones surgidas entre señores feudales cristianos (1613) hicieron que el clima acogedor se convirtiera en hostilidad, expulsión y abierta persecución por orden del sogún. Se entorpeció la actividad misionera de tal modo que los misioneros fueron expulsados de Hizen por orden del sogún y tuvieron que concentrarse en Nagasaki. A pesar de todo, el padre Mena continuó visitando clandestinamente a los cristianos de Hizen, aunque su trabajo se centró en Nagasaki, sobre todo atendiendo a los fieles desterrados de aquel señorío, agrupados bajo el nombre de “cristianos del padre Mena”. Para realizar su labor más libremente, se hospedó en la casa de Juan Shozaemon, desde donde podía desplazarse en sus giras misionales hasta las provincias vecinas. Pero estaba rigurosamente prohibido dar cobijo a los misioneros.

El padre Mena fue denunciado por un espía y arrestado en Nagasaki (1619) junto con Juan Shozaemon, cuatro vecinos más próximos y un sirviente del misionero.

Estos arrestos dieron como resultado el prendimiento del padre Francisco Morales, que luego compartiría cárcel y martirio con el padre Mena. Ambos religiosos fueron conducidos a la isla de Ikinoshima y, meses más tarde, encerrados en la terrible cárcel de Suzuta. Aquí compartieron sufrimientos y también consuelos espirituales y fuerzas morales para mantenerse firmes en la confesión de la fe.

El padre Morales escribió desde la cárcel: “El padre fray Alonso todavía anda malo”. Efectivamente, se encontraba gravemente enfermo, ‘soportando paciente y alegremente los dolores’. A pesar de todo, el padre Mena no dejó de escribir cartas y relaciones hasta el día 10 de septiembre en que, casi ciego, fue llevado al “monte santo”, nombre por el que se conocía la colina Nishizaka, lugar escogido en Nagasaki para ejecutar públicamente las sentencias de muerte de las víctimas cristianas. Allí se empleaban los más variados instrumentos de tortura con que eran castigados misioneros y cristianos. Solía ser un lugar concurrido al que se accedía en solemne y macabra procesión, durante la cual las víctimas eran paseadas a pie o a caballo, a veces con tablones sobre la espalda o con un cartel en que se hacía saber el motivo de la condena. El padre Mena, ya casi ciego, fue conducido a la colina, verdadero altar de sacrificio, y atado a la estaca número 13, de un total de veinticinco.

Murió asfixiado lentamente por el humo de la hoguera colocada a sus pies (10 de septiembre de 1622). Soportó el tormento, en frase del padre Diego Collado, testigo presencial, ‘como si fuera un cuerpo de piedra de mármol, sin hacer movimiento alguno’.”

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Francisco Morales Sedeño

Madrid, 14.X.1567 − Nagasaki (Japón), 10.IX.1622. Sacerdote dominico (OP), mártir y beato.

Biografía

“En Manila, el padre Morales ocupó cargos académicos y administrativos en el Convento de Santo Domingo, realizó una gran labor como predicador de los españoles en Manila y, en 1601, como prior del mismo convento. Este cargo le puso en contacto con algunos japoneses que acudieron a él para solicitar el envío de dominicos a Japón. La actitud devota y reverente que los japoneses manifestaban y la insistencia con que lo pedían movieron al padre Morales a acudir al superior provincial, a la sazón el padre Juan de Santo Tomás Ormaza, el cual compartía sus deseos. Una carta enviada por el señor feudal de Satsuma y los buenos oficios de León Kichiyemon, capitán de un barco japonés, influyeron decisivamente en el proyecto fundacional de la misión dominicana de Japón. Una vez solucionado el problema de la legitimidad de la ida de los religiosos a Japón donde, según breve del papa Gregorio XIII (1583), no podían evangelizar los religiosos no pertenecientes a la Compañía de Jesús, pudo procederse al embarque. El grupo, integrado por los padres Alonso de Mena, Tomás Hernández, Tomás de Zumárraga y el hermano lego fray Juan de la Badía, zarpó de Manila en junio de 1602 y, tras un mes de navegación, llegó a la región de Satsuma, la actual provincia de Kagoshima.

Sus primeros pasos en la nueva misión tuvieron como escenario una pequeña isla llamada Koshiki. Allí establecieron el primer convento de dominicos en tierras japonesas y, en 1606, con la ayuda del señor feudal de Satsuma, el que les había animado por carta a ir a Japón, crearon otra base de actividad misionera en Kyôdomari con el fin de extender su radio de acción a otros territorios de la isla de Kyûshû. Sin embargo, la tranquilidad y bonanza iniciales duraron muy poco.

En mayo de 1609, los misioneros se vieron obligados a dispersarse por diversos lugares de Japón. El padre Morales eligió Nagasaki, donde fundó, en 1610, casa e iglesia que dedicó a Santo Domingo. Su personalidad ganó la estima y veneración de los cristianos, pero, por eso mismo, fue uno de los expulsados en 1614 por los perseguidores. Afortunadamente, con la ayuda de sus fieles, logró volver a Nagasaki desde alta mar. Se refugió durante algún tiempo en la casa de un hijo del gobernador, pudiendo disfrutar así de una relativa libertad de movimiento. Al ser nombrado superior de la misión dominicana (1617), se dedicó a la dirección de las asociaciones dominicanas, como la Orden Tercera y las cofradías del Rosario, de la Caridad y del Santo Nombre de Jesús. Estas agrupaciones estaban muy bien organizadas y, en conformidad con el espíritu comunitario típico del pueblo japonés, fueron de gran ayuda en la evangelización y mantenimiento de la fe cristiana.

Fue también notable el celo del padre Morales en la atención y ayuda a los misioneros y cristianos encarcelados o agobiados por la persecución.

Finalmente, fue arrestado (1619) cuando se encontraba en la casa de un cristiano; fue conducido a la Audiencia de Nagasaki y trasladado después a una diminuta isla llamada Ikinoshima, entre Kyûshû y Corea.

Posteriormente, fue recluido en la cárcel de Suzuta, en Ômura, donde solían ir a parar los misioneros y los destacados fieles cristianos que caían en manos de los perseguidores.

Aun desde la cárcel envió cartas e informes a los superiores de Manila, consoló a los perseguidos y recabó ayudas para los pobres. Finalmente, el 10 de septiembre de 1622, moría abrasado a fuego lento en la colina de Nishizaka, junto con algunos de sus compañeros”.

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Pedro Orfanell Prades, "Jacinto".

La Jana (Castellón), 8.XI.1578 – Nagasaki (Japón), 10.IX.1622. Misionero dominico (OP), mártir, beato.

Biografía

“[…] más tarde fue enviado a las misiones de Japón, concretamente a Kyodomari (Kagosima), donde se distinguió por el fervor y entusiasmo con que ejercía su ministerio sacerdotal en medio de la persecución que imperaba. Desterrado de este Reino, se dirigió al de Hizen (Figen) Saga, donde continuó su ministerio que se extendió hacia Arima, Higo (Kumamoto) y Bungo (Oita).

A pesar de las privaciones y molestias de la persecución, fue incansable en la administración de sacramentos, instrucción y fortalecimiento de la fe de los cristianos hasta que en 1614 se publicó un decreto que expulsaba del Imperio a todos los misioneros, que fueron obligados a abandonar Nagasaki; pero un grupo, entre los que se contaba también Orfanell Prades, logró burlar la vigilancia de los guardianes y continuar en el país recorriendo como misioneros itinerantes diversas regiones de Japón al servicio de aquella cristiandad perseguida, reconciliaron a muchos a quienes el temor había hecho apostatar y fortalecieron a los restantes con los ejercicios de los miembros de la cofradía del Rosario. Las discordias civiles permitieron a los misioneros aprovechar la relativa paz que gozaban para afianzar la fe en la comunidad de cristianos. Visitó Omura y Koga desde 1618 a 1620, y se dio además a escribir una historia de la persecución religiosa en Japón. Recrudecida la persecución fue apresado en Nagasaki en el 1621 y conducido a la terrible cárcel de Omura, junto con otros misioneros. A pesar del trato inhumano que recibían y de las enormes incomodidades, no cesaba de dar gracias a Dios, con semblante alegre, y ejercer su función sacerdotal todo lo que permitían circunstancias tan adversas. El 10 de septiembre de 1622 fue trasladado, junto con otros, a Nagasaki para ser ejecutados. La mayoría fueron degollados, pero unos cuantos fueron condenados a morir a fuego lento. Orfanell Prades fue de los segundos, y el sacrificio se consumó ante miles de cristianos. A Orfanell se le oía pronunciar los nombres de Jesús y María en medio de aquella espantosa agonía que duró más de doce horas. Fue beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867. La Orden de Predicadores celebra su memoria el 10 de septiembre, junto con los demás compañeros mártires en Japón.”

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José Salvanés de San Jacinto

Villarejo de Salvanés (Madrid), 11.III.1580 − Nagasaki (Japón), 10.IX.1622. Sacerdote dominico (OP), beato.

Biografía

“[…] fue enseguida destinado a la misión de Japón, donde ya se respiraban aires de persecución, por una orden del superior provincial y, juntamente con el turolense Jacinto Orfanell, salió del puerto de Manila un mes después. Se inició en el apostolado en el Convento de Santo Domingo de Kyôdomari al mismo tiempo que estudiaba japonés con tal ahínco que, según testimonio de la época, salió ‘ministro elocuentísimo en la lengua japona’.

Tuvo la suerte de que en 1608 amainó la furia persecutoria en la región de Satsuma y ello le ayudó no sólo a imponerse lingüísticamente, sino también a prepararse espiritualmente para la ardua tarea apostólica que le esperaba. Con el fin de realizar su labor con mayor libertad y esquivar los peligros de la persecución, recurrió a personas influyentes, pero en abril de 1609 recrudeció la hostilidad contra misioneros y cristianos y se empezó a aplicar una severa ley de destierro.

Es entonces cuando el padre Salvanés fue enviado a Kyoto para ejercer allí su ministerio. Allí fundó (1610) casa e iglesia con el título de Nuestra Señora del Rosario de Miyako y, a los pocos meses, otra iglesia en Osaka que puso bajo la advocación de Santo Domingo. Acompañado por los padres Tomás de Zumárraga y Alfonso Navarrete, realizó correrías apostólicas por estas regiones, amparándose en su relación con el sogún Tokugawa Hidetada y algunas personas influyentes relacionadas con el comercio en Osaka. Sin embargo, el mal ejemplo de algunos cristianos creó obstáculos infranqueables para su labor misionera y se vio también envuelto de lleno por la ola anticristiana. Como resultado, tuvo que retirarse a Nagasaki.

No tardó, sin embargo, en volver a Miyako. Después de burlar la orden de expulsión del país (1614), regresó a Kyoto, ahora disfrazado de caballero español. Encontrándose en esta zona, tuvo ocasión de presenciar, en el verano de 1615, la lucha contra el castillo de Osaka que defendía Toyotomi Hideyori, hijo del primer perseguidor del cristianismo. A pesar de su valor, la fortaleza, llamada “castillo de oro y seda”, fue totalmente arrasada. En este ambiente guerrero, el padre Salvanés no sólo perdió la casa de Osaka, “quemada cuando en la guerra quemaron toda la ciudad”, sino que además contrajo la tuberculosis y se vio obligado a volver a Nagasaki para guardar un reposo absoluto. A pesar de su quebrantada salud, en 1619 fue nombrado superior de la misión dominicana y, por si la responsabilidad de proveer de operarios a su campo de misión fuera poca, siguió cumpliendo sus compromisos con la comunidad cristiana, sobre todo con los fieles de Ômura, a quienes prometió atender él mismo en persona. Efectivamente, después de residir algún tiempo en esta comunidad cristiana para cumplir su promesa, se trasladó a Nagasaki. A partir de entonces, la actividad del padre Salvanés quedó limitada. En agosto de 1621 fue capturado por los perseguidores, conducido a la Audiencia Fiscal y luego trasladado aparatosamente, en medio de una multitud de curiosos, hasta el embarcadero de Nagayo, a unos quince kilómetros de Nagasaki.

De aquí fue conducido a la cárcel de Suzuta, donde todavía siguió animando a sus compañeros. Mientras los emisarios hacían los últimos preparativos para sacarlo de la cárcel y conducirlo al lugar del sacrificio, el padre Salvanés tomó la pluma y todavía escribió una serie de cartas a diversos destinatarios, como los cristianos presos de Nagasaki, los hermanos de hábito y una especial al padre Juan de los Ángeles Rueda.

Después de pasar la noche en un cercado al aire libre, fue llevado al lugar del tormento final en compañía de otros cincuenta y seis reos, de los cuales unos fueron decapitados y otros atados a sendas estacas. Entre los veinticinco condenados a ser quemados estaba el padre Salvanés, colocado entre los padres Ángel Ferrer Orsucci y Jacinto Orfanell. Era el 10 de septiembre de 1622.

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Imagen: detalle del Beato Alonso de Mena Navarrete extraido de Conservacion de Monarquias por Fernández Navarrete, Pedro – 1626 – Biblioteca Estatal de Baviera, Alemania vía Europeana

Otros Mártires del Japón de 1622

Pedro Manrique de Zúñiga, "Beato Pedro de Zúñiga"

Sevilla, s. m. s. XVI – Nagasaki (Japón), 19.VIII.1622. Agustino (OSA), beato y mártir en Japón.

Biografía

“En junio de 1618 salió para el Japón acompañando al agustino Bartolomé Gutiérrez y se establecieron en aquellas tierras el 12 de agosto inmediato. La dificultad de la lengua, el rigor de la persecución y otras causas motivaron su regreso a Filipinas. Pero las súplicas de cristianos japoneses por que tornase y el recuperar las reliquias del mártir Hernando de San José le allanaron el camino de regreso hacia el Imperio del Sol Naciente.

Alcanzadas las licencias y recibida la bendición de sus prelados, partió desde Manila el 13 de junio de 1620 con el dominico Luis Flores, mudados los vestidos de religiosos en hábitos de seculares. Tocaron los puertos de Macao y Taiwán, hasta que avistaron la costa japonesa. Joaquín Hirayama, dueño del barco, les condujo ocultos, pero, apenas llegado a Nagasaki, denunció ante las autoridades niponas que los ingleses primero, y luego los holandeses le habían robado su barco a la altura de la isla Hermosa. Para justificar sus piraterías los holandeses alegaron que lo habían hecho porque en la nave viajaban dos religiosos espías que constituían un peligro para el régimen político y la religión imperial. Mientras japoneses y holandeses concertaban el pleito, estos últimos sometieron a grandes pruebas a los dos frailes. En noviembre de 1621 el bugyo de Nagasaki Hasegawa Gonrocu incoó el proceso en el que fray Pedro de Zúñiga ‘se descubrió diciendo que se había encubierto hasta entonces para no hacer mal a los del navío, que nada sabían de su identidad, y que había pasado a aquellos reynos con fin sólo de enseñar y aprovechar a los cristianos que en él avía’.

Sentenciado a prisión, fue entregado al tono de Hirado, quien le envió agrilletado a la isla de Ikinoshima.

Después de muchas penalidades fueron condenados a muerte. El 19 de agosto de 1622 fueron quemados.

Sus restos fueron recogidos por el portugués Martín de Gouvea y, tras diferentes avatares, llegaron a Manila el 9 de julio de 1651 y las reliquias se depositaron en la iglesia de San Agustín. Durante la invasión inglesa de 1762 fueron profanadas y revueltas con los restos de otros personajes enterrados en el mismo lugar.

Nuevamente fueron recogidas y custodiadas en la actual capilla dedicada a Miguel López de Legazpi”.

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Tomás Zumárraga Lezcano, "Beato Tomás del Espíritu Santo"

Vitoria (Álava), 9.III.1577 – Nagasaki (Japón), 12.IX.1622. Sacerdote dominico (OP) y beato.

Biografía

“[…] siendo prior del convento de Santo Domingo de Manila, el padre Morales se encontraba un viernes santo ensayando una escena del descendimiento de Jesús de la cruz, escenificación que solía realizarse ese día a modo de cuadro plástico, cuando vio en la iglesia a unos jóvenes japoneses que seguían con atención e interés el ensayo y se arrodillaban en actitud de oración. En otra ocasión, observó cómo los mismos japoneses, vestidos de blanco, velaban el sepulcro de la Soledad. Ante estos hechos, el prior se acercó a los nipones y preguntó a uno de ellos, Juan Sandayu, sobre su país y sobre si serían bien recibidos en caso de ir a Japón. Sandayu respondió con aplomo que serían acogidos con mucho gusto.

El padre Morales tomó buena nota de estas entrevistas y propuso a los superiores la idea de ir a fundar misión en Japón. No contentos con haber oído la opinión del joven japonés, el superior provincial envió una carta al señor feudal de Satsuma, hoy provincia de Kagoshima, para exponerle su proyecto de ir a Japón. Al cabo de un tiempo (1602) llegó la respuesta del señor de Satsuma, en que pedía con mucho interés que fuesen a su feudo hasta veinte dominicos. La respuesta positiva del daimyô fue recibida con gran alegría en Manila y movió al capítulo provincial a aprobar y promover la fundación en Japón. Después de resolver el problema de la prohibición decretada por el papa Gregorio XIII, por la que sólo se permitía a los jesuitas la evangelización de Japón y se excluía a los demás religiosos, se procedió al envío de cinco dominicos a aquel país.

Con estos precedentes esperanzadores, el padre Tomás de Zumárraga y sus cuatro compañeros se hicieron a la mar en Manila (1602) rumbo a Japón en un barco de León Kichiyemon expresamente enviado por el señor feudal de Satsuma. Fue un viaje accidentado por causa de los vientos fuertes y las corrientes marinas que amenazaron de tal forma que los pasajeros recurrieron a la intercesión de la Virgen María y de los santos Juan Bautista y Domingo de Guzmán. Tras superar el peligro, la nave alcanzó puerto japonés en Nagahama, población situada en la parte sur de la isla Shimo-Koshiki, en el suroeste de la provincia actual de Kagoshima (1602).

El padre Zumárraga y sus compañeros establecieron su primera morada en un local que había sido casa de culto budista, de la cual habían sido desalojadas imágenes budistas y sustituidas por un cuadro de la Virgen María. Sin embargo, su residencia en este lugar no duró más de dos semanas ya que el daimyô Shimazu Iehisa envió a la isla vasallos suyos provistos de medios necesarios para trasladar a los religiosos por mar y tierra hasta Chôsa, población cercana a Kagoshima, donde residía el señor feudal. Los dominicos fueron recibidos con muestras de afecto y recibieron regalos y toda clase de facilidades para establecer residencia propia donde iniciarían el aprendizaje de la lengua y la labor misionera.

Todavía en sus primeros pasos de vida misionera, el P. Zumárraga fue llamado a Manila en noviembre (1602) para informar a los superiores sobre el estado de la reciente fundación. Mas no pudo llegar a Filipinas porque unas tormentas desviaron la embarcación hasta Conchinchina donde tuvo que permanecer durante algún tiempo hasta que se le ofreció ocasión de regresar a Japón. La oportunidad se la ofreció la necesidad de prestar auxilio espiritual a unos japoneses afectados de peste que navegaban hacia su país. En septiembre (1603), se encontraba de nuevo en suelo japonés.

Dos años más tarde, fue destinado a Kyoto con el fin de fundar allí una iglesia pero no pudo realizarse este proyecto y se vio obligado a permanecer en Ômura y Hirado para atender a los cristianos. Nombrado superior de la misión de Kyôdomari, en Kagoshima (1606), realiza una gran labor con la ayuda de catequistas que contaban con mayores facilidades de movimiento de acción entre el pueblo. En esta labor se encontraba cuando tuvo que asistir al capítulo provincial de Manila (1608), compromiso que le apartó de Japón hasta el año siguiente en que, por el mes de julio, se encontraba de vuelta en la misión de Hizen, actual provincia de Saga.

La idea de fundar iglesia en Kyoto no había sido abandonada y a los dos meses de regresar de Filipinas, volvió a la capital del imperio, esta vez con la suerte de poder permanecer activo en esta gran ciudad que albergaba cientos de templos budistas y sintoístas. Su actividad tendría como base la casa de Nuestra Señora del Rosario de Miyako. Efectivamente, allí desplegó su labor apostólica apostólico en un ambiente de relativa libertad y calma pero el panorama cambió radicalmente a mediados de octubre de 1613. Eran vísperas de la publicación del decreto fechado en enero de 1614, por el que no sólo se prohibía el cristianismo sino que además se expulsaba del país a los misioneros. Nombrado superior de la misión como vicario provincial, el padre Zumárraga tuvo que regresar a Nagasaki por algún tiempo para atender, siquiera fuera en la clandestinidad, a los fieles cristianos que, no obstante la persecución, manifestaban una actitud valiente y decidida en defensa del mensaje cristiano. Además, frente a la orden de expulsión y a pesar del rigor de la persecución, logró permanecer en Japón. Libre de su cargo de superior (1615), pudo regresar a Kyoto 1615 para ayudar al padre José de Salvanés que se encontraba solo y enfermo. Consiguió edificar una sencilla hospedería para los misioneros en Fushimi, dentro de capital y no lejos del lugar donde Toyotomi Hideyoshi había edificado un suntuoso castillo.

Pero el acoso a los misioneros fue haciéndose cada vez más insoportable y, obedeciendo una orden del superior, el padre Zumárraga se trasladó a Nagasaki (1617) y luego a Ômura donde los cristianos estaban dando ejemplo de fidelidad a sus convicciones cristianas incluso con el supremo testimonio del martirio. Su actividad, consecuencia de un probado espíritu de oración y entrega a la causa del Evangelio, estaba dando fruto pero no podía pasar desapercibida a los ojos de los perspicaces vigilantes que sin duda estaban al tanto de la actividad apostólica del misionero vasco.

El 23 de julio del mismo año fue capturado e internado en la cárcel de Suzuta donde, ‘estando desnudos como estaban, sin cama, sin vestidos y sin abrigo alguno en aquel jaulón que daba paso libre al viento, a la lluvia y a la nieve’, padeció toda clase de penalidades. Aun así, no dejó de aconsejar y dirigir a sus cristianos sirviéndose de catequistas que se movían con más libertad y lograban llegar a todos los rincones. La difusión de la fe cristiana tuvo en los laicos unos eficaces predicadores que con la palabra y sobre todo con el ejemplo movieron a la conversión a numerosos infieles.

Finalmente, después de los prolongados sufrimientos del ergástulo, fue condenado a morir en la hoguera, el día 12 de septiembre de 1622 en un islote llamado Hokobaru, situado en la bahía de Nagasaki y conocido como lugar bastante usado para ejecutar sentencias de muerte.”

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Otros Mártires del Japón beatificados junto a los de 1622

Forman parte del grupo de los 205 Mártires de Japón, que fueron beatificados por el papa Pío XI el 7 de julio de 1867. 85 de ellos fueron asesinados en 1622, el resto en diferentes fechas entre 1617 y 1632.

1617 - Alfonso Navarrete Benito

Logroño (La Rioja), 21.IX.1571 − Nagasaki (Japón), 1.VI.1617. Sacerdote dominico (OP), mártir y beato.

Biografía

“[…] fue destinado a Japón con residencia en Kyoto. Volvió a viajar a Manila, pero enseguida se reintegró a la misión de Japón, esta vez con asignación en Nagasaki. Sin embargo, la persecución encarnizada contra el cristianismo no permitía una residencia indefinida y las órdenes de destierro eran frecuentes. Efectivamente, ante la orden de expulsión de los misioneros, el padre Navarrete tuvo que abandonar Nagasaki, aunque no de manera definitiva. Sirviéndose de una estratagema, en vez de salir para un país extranjero, se embarcó rumbo a Usuki, en la actual provincia de Ôita, junto con el superior de los religiosos agustinos Hernando de Ayala, con lo cual logró permanecer en tierras japonesas.

Nombrado superior de los dominicos (1615), el padre Navarrete incrementó su labor misionera y empezó a organizar varias asociaciones con el fin de intensificar la ayuda a los cristianos. Fusionando varias cofradías, creó la Cofradía del Rosario de Número, que estaba formada por fervientes cristianos procedentes de varias asociaciones. Entre ellos hubo quienes posteriormente testimoniaron la fe cristiana con el martirio. Compartió con los franciscanos y agustinos la promoción de la Cofradía de la Caridad, destinada a atender a los enfermos y marginados, huérfanos y abandonados de las comarcas vecinas. Potenció de manera especial la Cofradía del Rosario, que tuvo una gran importancia en la historia del cristianismo japonés, aun después de expulsados todos los misioneros y cerradas las fronteras a toda influencia occidental. En efecto, gracias a la devoción del rosario mariano, se conservó la fe cristiana entre los creyentes que, ante el furor de la persecución, se refugiaron en el archipiélago de Gotô, a unos cien kilómetros de Nagasaki. Allí se mantuvieron, con mayor o menor fidelidad, las creencias cristianas, tomando como pauta los quince misterios del Rosario, de tal modo que, cuando se restauró la Iglesia de Japón a finales del siglo XIX, la primera comunidad cristiana se formó en Nagasaki con la aparición de algunos núcleos de fieles escondidos en Gotô.

Decidido a ejercer el ministerio públicamente, con el fin de mover a los cristianos a confesar sus convicciones sin miedo a la persecución, salió en compañía del agustino padre Ayala hacia Omura el día 25 de mayo de 1617. En realidad, mientras en algunas zonas se daba un florecimiento de la vida cristiana, en otras los cristianos abrigaban reparos e incluso miedo a manifestar externamente su fe. Por eso, en mayo de 1617, desafiando el furor anticristiano, ambos misioneros se arriesgaron a lanzarse a un ministerio público de mayor alcance y de gran peligro. No es extraño que esta actitud les costara la detención y sus consecuencias y, de hecho, los dos compartirían muy pronto el martirio y el honor de los altares como habían compartido sus andanzas misioneras.

A los pocos días, el padre Navarrete fue detenido en Ômura y conducido a la pequeña isla de Takashima donde, el 1 de junio de 1617, fue decapitado. Lo beatificó el papa Pío IX (7 de julio de 1867) junto con otros 205 mártires de Japón. Su fiesta se celebra el 10 de septiembre.

El padre Navarrete es el protomártir de los dominicos en Japón y uno de los fundadores de la misión dominica en Japón el año 1602. Bajo la dirección del padre Francisco Morales, llegaron de Manila para iniciar una actividad misionera que duraría hasta 1637.

En la primera década del siglo XVII, los misioneros pudieron gozar de una relativa calma y, como consecuencia, desplegar su actividad en diversas zonas de la isla de Kyûshû e incluso llegar a fundar iglesias en Kyoto y Osaka. La situación empeoró considerablemente cuando, en 1614, el sogún Tokugawa Ieyasu publicó un edicto más represivo y severo. Los religiosos se vieron entonces forzados a ampararse en la oscuridad de la noche para evangelizar y animar a los cristianos laicos.

Ieyasu murió en 1616, pero Hidetada, su sucesor en el shogunado, intensificó la opresión contra el cristianismo. Poco a poco las cárceles se fueron llenando de religiosos: jesuitas, agustinos, franciscanos, dominicos y fervientes laicos cristianos…, que sucesivamente fueron conducidos al altar del martirio. Pero la inmolación final estaba precedida de reclusiones, castigos y suplicios difíciles de imaginar, hasta el punto de que la sola descripción de algunos de ellos, como los tormentos de la horca y hoya, el agua ingurgitada, la incrustación de agujas en los dedos, etc., hiere la sensibilidad de cualquier persona. Así, con sangre de martirio, se escribió la historia del cristianismo japonés”.

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1617 - Hernando Ayala Fernández, "Beato Hernando de San José"

Ballesteros (Ciudad Real), X.1575 – Tacaxima (Japón), 1.VI.1617. Agustino recoleto (ORSA), beato y mártir.

Biografía

“[…] en 1603 fue destinado a las Filipinas, de donde pasó a Japón en 1605, donde tres años antes ya se habían instalado los agustinos. En enero de 1607 volvió a Manila, pero regresó enseguida a Japón con otros misioneros y con el cargo de vicario provincial. Hasta 1612 no se pusieron trabas a su ministerio, fundando un convento en Nagasaki. En 1614 fue expulsado del país, pero no quiso abandonarlo y prefirió seguir ejerciendo su apostolado en la clandestinidad. Descubierto y encarcelado, fue condenado a muerte, siendo decapitado en compañía de su catequista, el japonés Andrés Yoshida.

Su cuerpo fue llevado a Macao por el comerciante portugués Francisco Vieira de Figueiredo, quien disputó su posesión por largo tiempo a los agustinos”.

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1619 - Juan Martínez Cid "Beato Juan de Santo Domingo"

Manzanal de los Infantes (Zamora), c. 1577 − Nagasaki (Japón), 19.III.1619. Sacerdote dominico (OP), mártir y beato.

Biografía

  • “En compañía del italiano Tomás Orsucci y del joven coreano, salió de Manila hacia Japón (15 de julio de 1618) con la intención de reembarcar allí y dirigirse a la península de Corea. Sin embargo, a su llegada al puerto de Nagasaki, tuvo que disfrazarse de mercader español para no ser capturado por las autoridades. Junto con dos compañeros de su Orden trabajó por conseguir un barco que zarpara hacia Corea, pero, cuando ya estaba contratada la nave y todo preparado para el embarque, inesperadamente fue suspendida la salida de la embarcación por causas desconocidas. Interrumpido el viaje y ante las opciones de volver a Filipinas o quedarse en Japón, el padre Juan prefirió permanecer en tierras japonesas a pesar de la violencia de la persecución.

Japón ardía ya en llamas de odio contra el cristianismo y de manera especial contra los misioneros.

Habían sido publicados decretos de expulsión y habían sido sacrificados numerosos cristianos en aras de su fidelidad a la fe. El perseguidor era el sogún Tokugawa Hidetada, tercer vástago de la saga Tokugawa.

Él era quien mandaba en el país a pesar de existir un emperador recluido en Kyoto. Del shogunado salían los decretos generales de persecución, pero correspondía a los gobernadores y alcaldes la aplicación local de la ley, así como la búsqueda y captura de los misioneros y cristianos y la ejecución de las sentencias con las diversas formas de tortura. El gobernador encargado de cumplir estas responsabilidades con el padre Juan y demás misioneros de Nagasaki fue Gonroku Hasegawa, enemigo acérrimo del cristianismo.

De hecho, el apostolado del misionero zamorano se desarrolló entre temores, huidas, escondites o, como escribe él mismo, “a sombra de tejados […], sin salir sino de noche, y esto raras veces, cuando lo pide la necesidad o la caridad”. Con todo, a medianoche del 13 de diciembre de 1618, fue asaltada por los perseguidores la casa donde el misionero se escondía. Llevado ante el juez, confesó haber llegado a Japón para predicar la doctrina de Cristo. Fue conducido a la cárcel de Suzuta. En este ambiente tuvo que sufrir diversos males físicos y psicológicos. El rigor del ergástulo terminó con su quebrantada salud. El mismo padre Orsucci escribía entonces: “el padre fray Juan de Santo Domingo está enfermo y muy peligroso”. Seis días antes de morir, el padre Juan escribió a sus superiores de Manila una carta en la que pedía oraciones por él, por su flaqueza. Después de tres meses de prisión, murió en la misma cárcel (19 de marzo de 1619) tras haber manifestado su deseo de ir al patíbulo, a la hoguera o a la tortura más refinada. Sus restos fueron arrojados a las llamas pero no quedaron calcinados y el padre Francisco Morales recuperó los huesos y los envió a Manila”.

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1624 - Pedro Vázquez, “Beato Pedro Vázquez

Verín (Orense), 1590 − Nagasaki (Japón), 25.VIII.1624. Sacerdote dominico (OP), mártir, beato.

Biografía

“[…] su corazón estaba puesto en la misión japonesa, de la que con frecuencia venían noticias espeluznantes acerca de los sufrimientos y martirios a que eran sometidos los religiosos que allí trabajaban. Sobre todo, le había causado un profundo impacto el martirio del padre Alfonso Navarrete, el primer dominico que daba su vida por la fe en Japón.

Y dispuesto a seguir aquellos ejemplos de celo apostólico, pidió ser destinado a este país a sabiendas de que iba a entrar en la boca del lobo.

No solían los superiores acceder fácilmente a tales deseos pero, desde sus días de estudiante, el padre Tomás había ganado una reputación de ferviente y devoto religioso. De hecho, fue atendida su petición y embarcó (11 de julio de 1621), llegando a Nagasaki once días después de haberse despedido de Manila.

Pisaba tierra japonesa precisamente cuando la persecución se encontraba en lo más álgido, hasta el punto de que ni siquiera pudo encontrar casa alguna de cristianos donde esconderse. Los perseguidores habían terminado con las familias cristianas o muchas de éstas abrigaban un miedo atroz a ser descubiertas si albergaban bajo su techo a algún misionero.

Al fin encontró un hospedaje, pero tuvo que adoptar el nombre de Ichizayemon para pasar desapercibido.

Sentía la urgencia de comenzar la evangelización y, aunque poco familiarizado todavía con la lengua, se vistió de alguacil y se puso a la cintura un par de catanas, una larga y otra corta, al uso de los samuráis.

Con este disfraz logró entrar en la cárcel de Nagasaki (1622) por entradas bien custodiadas y así pudo administrar los sacramentos a los cristianos allí recluidos. Pero uno de ellos renegó de la fe y le delató ante las autoridades.

Desde entonces, se convierte en uno de los misioneros más buscados por los enemigos, pero no por eso se amedrentó. Una de sus labores principales era aconsejar e infundir ánimos a los cristianos que estaban en peligro de ser capturados y condenados a muerte, trabajo que le brindó la ocasión de presenciar martirios de muchos creyentes durante varios meses. Para ello tuvo que superar graves peligros de ser él mismo arrestado, y de hecho no tardaría en ser apresado. A principios de noviembre de 1622, el padre Tomás asumió el cargo de superior de la misión en ausencia del vicario provincial, padre Diego Collado, de viaje hacia la capital filipina, pero cuando llegó la carta de confirmación en el oficio que le enviaba el capítulo provincial de Manila, ya había sido arrestado y se encontraba en la cárcel de Nagasaki.

Fue sorprendido cuando iba a encontrarse con el catalán Domingo Castellet, con quien compartía el ministerio en Arima, Ômura y, sobre todo, en Nagasaki, donde unos días antes había estado en peligro inminente de ser hecho prisionero. Ambos misioneros realizaban incesantes labores de ayuda a los que iban a ser ajusticiados o se encontraban en situación angustiosa ante las autoridades. A veces prestaban auxilio espiritual a los leprosos que vivían cerca del lugar donde iban a martirizar a los misioneros y cristianos o se hallaban presentes entre el público que asistía a la ejecución de creyentes cristianos o compañeros de misión. Así fue, por ejemplo, durante el martirio del dominico Luis Flores, del agustino Pedro de Zúñiga y del capitán de navío Joaquín Hirayama (18 de agosto de 1622).

Pero esta vez el padre Vázquez no pudo evadir la vigilancia cuando se dirigía hacia Fuchi, lugar de difícil acceso en el monte Inasa, para despedirse del padre Castellet. Éste da detalles en una carta sobre la prisión de su compañero: “Fray Pedro —escribe—, aunque salido primero que yo, como naturalmente era impedido [débil de vista], se quedó atrás, y fue preso tercero día de Pascua, 18 de Abril, y yo me escapé milagrosamente”. Efectivamente, Castellet sería el único dominico que quedaría en Japón hasta que llegara nuevo personal de España.

Alcanzado y arrestado (18 de abril de 1623), Vázquez fue llevado a la Audiencia y luego encerrado en la cárcel de Nagasaki para ser después trasladado a la de Ômura. En este ergástulo, “de nueve palmos de ancho, y nueve de alto y once de largo”, como escribe el padre Castellet, cayó enfermo debido a los malos tratos, pero, aun así, después de catorce meses, fue sacado ya muy decaído para someterlo al tormento final en un islote llamado Hokobaru, en la misma bahía de Nagasaki. Allí, en compañía de otros misioneros, entre los que se encontraba el franciscano Luis Sotelo, el padre Vázquez fue puesto en la hoguera y murió quemado a fuego lento, alcanzando así la gloria del martirio (25 de agosto de 1624)”.

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1624 - Luis Sotelo Niño

Sevilla, 6.IX.1574 – Omura (Japón), 25.VIII.1624. Misionero franciscano (OFMDes.) en Japón, mártir, beato.

Biografía

“Tras cursar estudios en Salamanca, donde profesó en la Orden de los Franciscanos Descalzos, se dispuso a prestar sus servicios como misionero. Con esta intención llegó a Filipinas en 1600, aunque su mirada estaba puesta fijamente en Japón, a cuyos territorios arribó en 1603. Como en el caso de otros misioneros, pronto fue conocido entre los nobles japoneses.

Hacia 1610, en la Corte del shogun en Yedo, fray Luis conoció a Daté Masamune, uno de los más importantes señores feudales o daimyos japoneses, que gobernaba el extenso Reino nororiental de Mutsu o Bojú, a quien acabó convirtiendo al cristianismo.

La influencia del franciscano llegó hasta convencer a Masamune de la necesidad de organizar una expedición desde Japón dirigida al Rey de España (Felipe III) y al papa de Roma (Paulo V), pasando por Sevilla, su ciudad natal y único puerto de comunicación entre América y España. Fray Luis Sotelo y el samurai Hasekura Rocuyemon Tsunegaga comandaron esta célebre expedición que se prolongó a lo largo de siete años (1613-1620), uno de los hitos fundamentales en los contactos entre Japón y Occidente, conocida como Misión Keicho por la era del calendario japonés durante la cual se llevó a cabo.

Los objetivos de esta embajada eran conseguir del papa el envío de nuevos misioneros para Japón y del rey español la apertura del comercio directo entre el Reino de Masamune con Filipinas y Nueva España.

Muchos factores impidieron el éxito de esta expedición, entre ellos la oposición de los comerciantes portugueses de la India y de Macao y de los comerciantes españoles de Filipinas, la animadversión de los jesuitas y el giro de la política interior de Japón desde que en diciembre de 1613 el shogun decretase el destierro de todos los misioneros cristianos en tierras japonesas. El capitán samurai y el franciscano sevillano recorrieron miles de kilómetros desde Sendai a Roma y dejaron múltiples testimonios de su actividad, destacando entre todos ellos las dos magníficas cartas escritas por Masamune y dirigidas a la ciudad de Sevilla y al papa que se conservan en el Archivo Municipal de Sevilla y en los Archivos Vaticanos.

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1626 - Baltasar de Torres

Granada, 14.XII.1563 – Nagasaki (Japón), 20.VI.1626. Misionero jesuita (SI) mártir en Japón, beato.

Biografía

“La formación teológica la complementó en Goa, aunque marchó a Macao en 1590.

Fueron ocho años de lecciones y docencia en esa última ciudad, sirviéndole también de período de aprendizaje de la lengua japonesa. Todavía, cuando llegó a esa tierra de Francisco Javier en agosto de 1600, habría de perfeccionar esos conocimientos en Arima. Había sido ordenado en Goa en torno a 1590, pero será en Nagasaki donde emitió sus votos solemnes en 1601, trabajando al lado de Gregorio de Céspedes en Nakatsu posteriormente. Superior de la residencia de Kamigyô en Miyako desde 1603 —en la actual Kyoto—, permaneció brevemente en Osaka en 1607, hasta que fue enviado a la ciudad de Kanazawa, bajo la protección de un daimyô cristiano. Seis años más tarde, en los trabajos apostólicos, era revelado por Juan Bautista de Baeza.

No obedeció la orden de expulsión de los misioneros cristianos decretada en 1614 por Tokugawa Dietada, resistiendo junto con otros sacerdotes y misioneros el asedio al castillo de Osaka. Él pudo escapar con vida, aunque no le ocurrió de la misma manera a su catequista. Se refugió cerca de Sakai, lugar donde ejerció de superior del Japón central y septentrional hasta 1620. Ejerció los trabajos apostólicos en el ámbito de Nagasaki, hasta que fue detenido en 1626. Fue encarcelado por espacio de diez días en la residencia del vicegobernador u otona de Nagasaki. Después fueron trasladados a la prisión de Ômura. Tras diversos avatares, tanto su compañero Tôzô, recién admitido en la Compañía de Jesús, como él, se unieron al grupo de condenados a muerte desde la prisión de Shimabara, entre los que se encontraba el provincial Francisco Pacheco. Eran nueve las hogueras preparadas para su final en la colina de Nishizaka.

Es necesario distinguirle de su homónimo medinense, miembro de la Compañía, y que había sido médico del virrey de Sicilia, Juan de Vega, destacando por su enseñanza y conocimientos matemáticos. En el misionero del Japón se apreciaron sus conocimientos teológicos y sus inaptos gestos de adaptación cultural al Japón”.

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1627 - Bartolomé Laurel, “Bartolomé Díaz”

El Puerto de Santa María (Cádiz), 1590 – Nagasaki (Japón), 17.VIII.1627. Franciscano (OFM), misionero, mártir y beato.

Biografía

“En 1625 viajó a Japón, donde desarrolló una importante labor como catequista hasta que fue apresado por este motivo y encerrado en Nagasaki, donde, tras muchos padecimientos, fue quemado vivo el día 17 de agosto de 1627. Junto a él martirizaron a otras ocho personas de la Tercera Orden del padre san Francisco.

La Sagrada Congregación de Ritos por decreto del 21 de abril de 1668 le declaró mártir”.

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1627 - Beato Francisco de Santa María

Montalbanejo (Cuenca), c. 1586 – Nagasaki (Japón), 17.VIII.1627. Religioso franciscano (OFM), misionero, mártir.

Biografía

“En sus años de estancia en las Filipinas no sólo aprendió la lengua tagala, sino también las más difíciles china y japonesa. Fue este conocimiento de idiomas lo que motivó que se le enviara al Japón, en 1622, para suceder al padre Antonio de San Buenaventura, que era el llamado “Comisario” de los franciscanos en el Japón, y había sido condenado a cárcel. Cinco años después, en la ciudad de Nagasaki, Francisco de Santa María fue apresado por las autoridades, por su apostolado entre los japoneses, y sufrió el martirio de ser quemado vivo. Esto aconteció el 17 de agosto de 1627. Contaba unos cuarenta y un años.

Como consecuencia de este martirio, y el de un total de otros doscientos cinco cristianos en este año, pronto se inició por la Iglesia católica un proceso de beatificación, que sufrió larga interrupción a fines del siglo XVII, si bien la causa fue reabierta en el año 1863, culminando con la declaración de doscientos cinco beatos mártires de la iglesia japonesa”.

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1627 - Luis Eixarch, “Beato Luis Bertrán”

Barcelona, 14.VI.1596 – Omura (Japón), 29.VII.1627. Dominico (OP) misionero, mártir y beato.

Biografía

“Dos años dedicó a la evangelización de chinos y tagalos en Abucay (Bataan). En ello se hallaba cuando se enteró de que en Japón había estallado una cruel persecución.

Luis Eixarch se prestó a ir a auxiliar a aquellos cristianos, y junto con otros tres religiosos fue enviado a la misión de Omura, la más necesitada de misioneros y donde la persecución se dejaba sentir con mayor intensidad. En Japón se ganó la simpatía y cariño de los fieles por la inocencia de su vida y la desbordante actividad que desarrollaba en favor suyo, promoviendo de modo especial la Orden tercera dominicana. Parecía que ante las dificultades crecía su valor y fortaleza. Pronto se enteraron los ministros del Rey de su presencia y ministerio apostólico. Sometido a la implacable persecución pudo esconderse huyendo de una a otra parte, incluso tuvo que alejarse de la zona por espacio de seis meses. En julio de 1626 regresó a Omura, pero los cristianos, amedrentados, no quisieron recibirlo, y tuvo que refugiarse en la cabaña de unas pobres leprosas. Denunciado el 27 del mismo mes, el 6 de agosto fue conducido a prisión con los dos catequistas que le ayudaban, en la que estuvo casi un año sufriendo toda clase de vejámenes y molestias en una cárcel estrechísima en la que apenas podía moverse. Alegre en la adversidad seguía animando a sus cristianos. Finalmente, el 27 de junio de 1627, con los dos catequistas y las dos mujeres leprosas que le habían dado cobijo, fue quemado a fuego lento en medio de la plaza, mientras ofrecía su vida por la conversión de sus asesinos”.

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1628 - Domingo Castellet Vinale

Esparraguera (Barcelona), 7.X.1592 – Nagasaki (Japón), 8.IX.1628. Misionero dominico (OP), mártir, beato.

Biografía

“[…] fue destinado a Japón, difícil campo misional a causa de la persecución a que estaba sometido y la carencia de efectivos misioneros. El 22 de agosto de 1621 llegaba a Nagasaki, que sería el centro de su acción misionera, que emprendió con gran riesgo de su vida, trabajos sin cuento y entre continuos sobresaltos, salvándose, a base de peligrosas escapadas, a pie, sin que contasen ni el frío ni el calor, lluvias y nieves, cruzando ríos y barrancos en las peores condiciones.

Descolló tanto por su dedicación sacerdotal a aquellos cristianos perseguidos como por su espíritu de oración y capacidad de trabajo. Sólo en su puesto misional, por haber caído los otros misioneros en manos de sus perseguidores, llevaba a cabo el trabajo de todo el grupo.

Vicario provincial de los misioneros por un tiempo, es nombrado nuevamente superior de la misión en 1627.

El 15 de julio del 1628 fue arrestado y encarcelado en Kuwara (Omura). Aprovechó el tiempo de su cautiverio para entregarse completamente a la oración y penitencia, y escribir cartas de elevado interés religioso y humano. Para sus compañeros de prisión fue un estímulo y ejemplo constante. El 8 de septiembre de 1628 en Nagasaki fue quemado vivo”.

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1632 - Bartolomé Gutiérrez Espinosa

Ciudad de México, 24.VIII.1580 – Nagasaki (Japón), 3.IX.1632. Agustino (OSA), mártir en Japón, beato.

Biografía

“En 1612 pasó a Japón y fue nombrado prior del convento de Usuki en la congregación intermedia celebrada en el convento de Nuestra Señora de Guadalupe de Manila el día 23 de mayo de 1613.

Desterrado de tierras niponas, regresa a Filipinas, […] En 1618 torna nuevamente a Japón en compañía del también agustino fray Pedro de Zúñiga. La persecución contra los cristianos les obligó a vivir en clandestinidad y a ejercer su misión pastoral en condiciones extremas, que no aminoraron su celo por servir a aquellas fervorosas comunidades cristianas. El 10 de noviembre de 1629 fue hecho prisionero y, después de un largo éxodo por las cárceles de Nagasaki y Omura, murió abrasado en la hoguera el 3 de septiembre de 1632”.

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